Jueves 8º

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TIEMPO ORDINARIO

Jueves 8º

LECTURA:      Marcos 10, 46-52”

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.

Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí.

Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego, diciéndole: Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.

Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

MEDITACIÓN:            “Lo seguía”   

            Siempre me ha gustado la figura de este buen hombre Bartimeo. Me parece que encarna esa fuerza y ese querer que debía estar presente en mi vida y en la vida de muchos cristianos, si vamos más allá del hecho de su ceguera física.

            Bartimeo quiere ver, lógico; no quiere permanecer sentado en el camino por donde transita la vida; cree que hay un poder, el poder de alguien que puede aportarle la luz y la fuerza que necesita; y cuando se siente sanado lo realiza, ve y sigue.

            Y ahí, en toda esa actitud me siento interpelado y estimulado. Interpelado porque muchas veces, cuando me miro y miro a quienes nos decimos creyentes, me descubro sentado en el camino de la vida, sin ver o sin querer ver ¡Se está tan bien sin querer ver muchas cosas que están en nosotros o fuera de nosotros! ¡Se está tan bien sin complicarse la vida, al margen de los demás y, sobre todo, al margen de Dios, de un Dios que quiere implicar nuestra vida! Por eso el grito de este hombre me interpela. Sí, ten compasión de mí, Señor, y hazme ver, dame coraje para dar un salto, soltar todo lo que me ata, me condiciona, me evade, me hace indiferente, y sea capaz de ver, ver mi realidad y la que me rodea, y responda a ella desde ti.

            Y desde ahí, el coraje de Bartimeo me estimula en mi coherencia, en mi lucha, en mi apertura de miras. Cuando ve al que le ha curado, no sólo le da las gracias, sino que se convierte en seguidor, se hace discípulo. No le importaron los frenos que le ponían los otros para que no se acercase a Jesús, y no le importa ahora dejarlo todo y seguirle, porque se ha encontrado con el que le permite ver, caminar, vivir.

            Frente a tantas voces que nos quieren frenar nuestro acceso a Jesús, frente a tantos miedos y comodidades que nos atan y condicionan, frente a tantas voces y seducciones que nos quieren cerrar horizontes yo también quiero gritar hoy: Señor, que pueda ver para seguirte.

ORACIÓN:              “Que pueda ver”

 

 

            Señor, poco más puedo decirte ahora: que vea, que te siga, que viva y ayude a vivir. Es cierto que intento vivir en las órbita de tu amor y de tu seguimiento, pero sabes también de mi fragilidad, de mis miedos, de mis limitaciones, de mis incoherencias. Conoces esas trampas mías que muchas veces yo desconozco de mí mismo. Conoces la verdad de esas mentiras que muchas veces me creo y me pueden. Por todo eso, Señor, que pueda ver, que pueda soltar  amarras y correr hacia ti, y que sea con el lastre que sea, no deje de seguirte nunca, aunque sea a trompicones, en el camino de mi vida.

CONTEMPLACIÓN:               “Tú eres el único”

 

 

Tú eres el único

que puedes iluminar

los ojos de mi corazón.

Tú eres el único

que puede romper los lazos

que atan los pies de mis deseos.

Tú eres el único

que puede hacer soltar

los lazos de mis miedos,

mi orgullo, mis egoísmos

y mis incetidumbres.

Tú eres el único

que puede hacer vibrar

los latidos de mi corazón

al ritmo de tu amor.

Tú eres el único

que abres los horizontes

de esos anhelos

que nadie puede colmar.

Tú eres el único:

Ten compasión de mí.

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