323.- De los oficios divinos por la noche. (9)

publicado en: Capitulo IX | 0

Ayer considerábamos la estructura externa que S. Benito presenta a los Oficio Divinos de la noche. Intentamos ahora acercarnos a lo que podríamos llamar su espiritualidad.
En la mente de S. Benito, el Oficio divino es junto con la obediencia y la humildad,  uno de los caminos por los que el monje llena su principal deber de buscar a Dios. Y es tal la importancia que le da, que no quiere que nada se anteponga al Oficio Divino.
Dentro del Oficio, el de la noche  es  bajo algunos puntos de vista el más monástico, es su oración principal sin disminuir la importancia litúrgica de Laúdes y Vísperas.
Durante la noche  el cuerpo ha recobrado sus fuerzas, y el alma ha de recobrar su vigor para enfrentarse a una nueva jornada, por medio de una oración más profunda.
La  noche es un momento muy propicio para la oración. Reina el silencio exterior e interior, se dejan de lado las preocupaciones. El alma tranquila y piadosa se encuentra sola ante Dios.
Vemos que los santos Padres del Desierto prolongaban su oración durante la noche de modo que S. Antonio se quejaba de que la salida del sol la interrumpía esta oración silenciosa. En los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos piadosos pasaban una parte de la noche en oración, con la celebración de las Vigilias.
S. Benito nos llama a imitar a estos Padres y a la práctica de la vida contemplativa. Por ello enseña cómo tienen que orar sus hijos durante la noche. Y para que esta oración sea más  intensa, quiere que esté precedida de un reposo suficiente,  que se levanten  ya descansados.
    La Iglesia es como el campo de batalla del Pueblo de Dios. Durante la noche sus hijos  duermen, pero el enemigo vela, dando vueltas como león rugiente, buscando a  quien devorar, como advierte S. Pedro. Por la noche se multiplican los crímenes de todas clases. Es necesario que en estos mismos momentos hijos fieles oren, alaben, pidan las bendiciones del Señor sobre el mundo en tinieblas.
El Oficio Nocturno también recuerda la agonía de Nuestro Señor en el Huerto y el comienzo de su pasión dolorosa. La noche nos recuerda las pasadas por Cristo en oración durante su vida, pero sobre todo su última noche en el Huerto de los Olivos.  Como a los Apóstoles nos dice Jesús, venid y orar conmigo, vigiad y orar para armaros contra las tentaciones y dificultades que os esperan en la jornada.
Esto nos indica el sello especial que debemos poner en nuestra oración nocturna. Orar con Jesús agonizante, entrar en sus sentimientos. Con Jesús debemos amar, adorar  y abrazar la voluntad del Padre aceptando el cáliz de amargura. Con Jesús debemos llorar los pecados de los hombres. No nos sorprendamos si en alguna ocasión nuestra oración es  penosa, triste, abatida. ¿Acaso Jesús  orando no estaba triste hasta angustias de muerte? No sucumbamos  como los apóstoles al sueño del fastidio y la tristeza. No tengamos que oír las palabras de Jesús marcadas por el dolor. “¿ No habéis podido orar una hora conmigo?”

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