319.- Ordenación del Oficio Divino. (4)

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El sistema de orar a través de diversos momentos concretos del día, ¿es conforme con la voluntad del Señor? No hemos recibido ninguna regla precisa  de Cristo, ni siquiera el orar tres veces por día, que El practicaría.
El espíritu evangélico va más allá de cualquier observancia  determinada. El cristiano tiene que rezar sin cesar. Es evidente que tanto el “sin cesar” de Pablo, como el “siempre” en Lucas, son susceptibles de dos interpretaciones: una estricta y otra amplia. En este segundo caso se entiende sin interrupción prolongada o desordenada. Este es el sentido que apuntan los autores sagrados, aunque se presta a interpretaciones diversas, que no excluyen el primer sentido como ideal  al que se tiende. El único homenaje es la totalidad de nuestro tiempo. Y precisamente por ser total, no puede ser objeto de un precepto universal obligatorio. Es más bien un llamamiento dirigido a cada cristiano,  único responsable de la respuesta  al orar siempre.
Para los primeros monjes, celebrar la oración a ciertas horas, les parecía algo indigno de un cristiano deseoso de la perfección. Ya Clemente expresaba cierto menosprecio de las horas de oración: el gnóstico ora en todos lados y siempre.
Terminadas las persecuciones, el monje trato de dar  valor de martirio a toda su vida, convirtiendo la existencia terrena  totalmente consagrada a Dios.
La invitación de Cristo a orar sin cesar, no sería para los monjes una más entre otras enseñanzas de Cristo. Será la  razón de ser de aquellas vidas que desprendidas de toda  preocupación temporal, dedican la totalidad del día y la mitad de la noche, como una oración ininterrumpida, que acompañaba al trabajo de las manos. Esta continuidad  hacia inútil  la celebración de las Horas tradicionales. Se conservaron las del comienzo y el final de la jornada, pero el día entero trascurría en la oración sin ningún oficio. Esta fue la práctica de los monjes de Egipto.
Como esto era de un rigor inimitable, el conjunto del monacato fuera de Egipto, se contentó con recuperar la recitación de las Horas del ascetismo pre-niceno.
Los horarios de oración propuestos a los cristianos aislados  se convirtieron en reglas que obligan a todos los miembros de una comunidad.  Los monjes se reúnen para celebrar la liturgia de las Horas, pasando no solo de la oración en secreto a la synaxis pública, sino también de la libertad a la obligación y del contenido indeterminado de la oración individual, al Ordo preciso que exige toda celebración en común.
El oficio monástico difiere profundamente de la antigua oración cristiana a la que sucede. La diversidad de las gracias, se sometió  a una costumbre invariable e uniforme.
El ejercicio comunitario solo adquiere su legitimación en una clara conciencia de su relación con el “orar sin cesar”. Aquellos que se someten a él deben tener presente que no es un fin, sino un medio. Que no es un ideal ni una ley bajada del Cielo, sino  una humilde y sabia invención de los hombres  para responder mejor al llamamiento de Cristo y precaverse juntos de la propia debilidad.
Iría en dirección opuesta a su finalidad  si se hiciera olvidar la voz de Cristo, y adormeciera al alma cristiana.

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