El noveno grado de humildad es que el monje domine su lengua y manteniéndose en la taciturnidad espera a que se le pregunte algo para hablar, ya que la Escritura nos enseña “en el mucho hablar no faltará pecado” y “que el deslenguado no prosperará en la tierra”. (7,56-58)
Este grado y los dos siguientes nos trasportan de nuevo al capítulo 6º, sobre la taciturnidad, y a un grupo de instrumentos del cap. 4º que ya hemos comentado, y que tienen como tema otros tantos aspectos de la taciturnidad.
El noveno grado invita a refrenar la lengua. Este grado y el undécimo se inspiran en el noveno “indicio” de Casiano, que desarrollan e ilustra con textos de la Escritura. Sobre todo en este noveno grado cita Prov. 10,19 ya utilizado en el cap. 6º y añade la cita del salmo 139: “El deslenguado no prosperará en la tierra”.
El silencio es fundamentalmente atención, disponibilidad, una fecundación previa a toda palabra auténtica, tanto de cara a Dios como a los hombres.
De cara a Dios, en el cap. 20, S. Benito nos recomienda la plegaria silenciosa, recordando el Sermón de la Montaña: “Hemos de saber que seremos escuchados, no porque hablemos mucho”.
De cara a los hermanos, encontramos varios instrumentos que se pueden sintetizar en el 28: “Decir la verdad con el corazón y con los labios”.
Esto pide una ascesis y mesura que nos haga capaces de una auténtica comunicación con los otros, puesto que la abundancia de palabras encubre con frecuencia la incapacidad de una auténtica comunicación.
Lo que las comunidades monásticas necesitamos es que en este aspecto cada uno llegue a ser hombre convencido del valor del silencio, amante del silencio. Sin esta actitud profunda, resultan inútiles las prescripciones disciplinares. En cambio, la experiencia vivida a partir de este aprecio personal del silencio, nos hace capaces de entrar en ese lugar escondido de la propia vida, donde encontramos a Dios presente y donde vivimos la conciencia pro
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