304.- El séptimo grado de humildad

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Es el que no contento de reconocerse de palabra como el último y más despreciable de todos, lo crea así en el fondo de su corazón, humillándose y diciendo con el profeta:”Yo soy  un gusano, no un  hombre, la vergüenza de la gente, el desprecio del  pueblo”. Me he ensalzado y por eso  me veo humillado y abatido, y también:  Bien me está que me hallas humillado para aprender  tus justísimo preceptos. (7, 51,54)

La llamada a la interiorización de la humildad que hacía en el sexto grado reaparece  de una manera más enérgica en el séptimo grado. La convicción de la propia indignidad y vileza, adquiere aquí su máxima expresión. El monje no contento con reconocerse de palabra el último y más despreciable de todos, se lo cree en el fondo del corazón.
Es el octavo indicio de Casiano, pero más elaborado e ilustrado con tres textos del salterio. Uno de ellos resalta por su patetismo conmovedor “Yo soy un gusano, no un hombre”.
Estas palabras carecerían de sentido, si  el monje no se sintiese unido a Cristo paciente, a la luz que penetra en lo más hondo de las tinieblas.
El tema de este grado es el encuentro con las propias sombras que nos dicen los psicólogos modernos. Cuando nos encontramos con las propias sombras, con todo aquello que he reprimido, con mis tendencias criminales, con el mal que impera en mi inconsciente, puedo creer  desde lo más hondo de mi corazón que soy el último  y menor de todos.
Y esto ya no es humillación artificial, sino el reconocimiento de mi propia verdad. Por  eso Benito habla de creer en lo íntimo  del corazón.
He percibido de lo que soy capaz, he percibido dolorosamente quien soy. A raíz de este desencarnado conocimiento, entro en mí mismo y puedo decir con el salmista:”Yo soy un gusano, no un hombre, la vergüenza de la gente, es desprecio del pueblo”. Son palabra pronunciadas por Jesús en la cruz. Pendiente de la cruz, Jesús experimenta lo que es el hombre. Experimenta lo que hacen los hombres de él, le desprecian y se burlan de él. Tiene la sensación de ser la última basura. Nosotros hemos de vivir estas experiencias en nuestro camino interior.
En comunidad podemos experimentar que no se nos toma en serio. La sociedad  nos desprecia cuando no correspondemos a sus parámetros.
Según considera S. Benito el camino de la humildad, la señal de madurez es no solo resignarse, sino decir “si”  y dejarse despojar de  todo lo que uno considera sagrado, de las propias ilusiones y del respeto que los otros le tributan a uno.
Mi seguimiento de Cristo puede manifestarse en mi disponibilidad a que me quiten todo, como a Jesús en la Cruz se le despojó de todo, incluso de su buen nombre.
Solo podré decir con verdad el versículo del salmo 21  citado por S. Benito, si estoy en esa actitud interior de despojo, si he contemplado en silencio todo lo que emerge desde mi interior. No es un rebajamiento artificial de sí mismo.
Lo mismo expresa en el otro versículo sálmico citado por S. Benito: “Bien me está Señor que me halláis humillado para que aprenda tus  justísimo preceptos.”
Aprender los preceptos de Dios, significa en el lenguaje del AT. asimilarse al espíritu de Dios, ser uno con Dios, reconocer la voluntad de Dios. Precisamente cuando la vida nos hiere, nos abre para Díos.
En  este versículo nos encontramos en la espiritualidad del abajamiento., en la experiencia de nuestra impotencia, de nuestras  heridas. Entonces mi humanidad se trasforma en experiencia de Dios. Veo que me hace bien cuando Dios me hace ver mi propia verdad, cuando me encuentro con mi propia debilidad .El encuentro con nosotros mismos es un requisito para el encuentro con Dios. De otro modo, mi hablar de Dios sería algo meramente exterior. Conocería a Dios de oídas. Ahora puedo conocer quien es ese Dios. Puedo saber que me acepta como soy, que me levanta de mi debilidad.
Para Agustín, humildad es el conocimiento propio,  pero que al mismo tiempo nos permite vislumbrar el misterio de Dios.
“Dios se ha hecho hombre. Y tú reconoce que eres hombre. Toda tu humildad consiste en que te conozcas a ti mismo”

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