290.- Los dos largueros de esta escala son nuestro cuerpo y nuestra alma (7,9)

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Los dos lados o brazos ya vimos como  han sido interpretados de modo variado por los Padre. S. Benito ve en ellos el cuerpo y el alma del monje.
El primero de estos brazos es el alma. Ante todo la humildad está en el corazón. Dios mira  el corazón. Lo demás no es nada a sus ojos. Toda  humillación exterior si no va acompañada de los sentimientos del corazón, no son más que hipocresía.
Es por lo tanto trabajo perdido el querer alcanzar la virtud de la humildad por ejercicios exteriores, sin llegar al cambio del corazón. Es de absoluta necesidad que preceda el trabajo interior  al que acompañará y seguirá el trabajo exterior.
Es necesario que los actos exteriores estén inspirados por los sentimientos interiores, que los animen  y dirijan, haciéndolos meritorios ante Dios. Por esto S. Benito comienza por formar a su discípulo en la humildad del corazón recordándole su nada, sus pecados, los juicios de Dios. A medida que los sentimientos de humildad se desarrollan por la influencia de estos pensamientos de fe, los actos exteriores aparecen como naturalmente  en los grados posteriores.
El segundo brazo de la escala es el cuerpo. Un alma viviente pone en movimiento el cuerpo donde reside. Traduce por los sentidos corporales los sentimientos, deseos, necesidades,  sufrimientos, alegrías, temores. Así  hace la humildad. Si es sincera no puede menos de manifestarse, si es viva no puede quedar ociosa. No se manifiesta sólo por las lágrimas y compunción del corazón, trasciende al exterior, se apodera  de la voluntad a la que subyuga, a la inteligencia a la que somete al juicio de otro, de la lengua a la que reprime. En una palabra todos nuestros movimientos se someten a su dirección.
Una humildad que no llega a expresarse por actos  exteriores, es una  humildad falsa o a lo menos adormecida.
Ambas manifestaciones tienen que marchar a la par. Y mutuamente se fortalecen, marchando a la par la humildad del cuerpo y del alma. Sin el alma, los actos exteriores no tienen valor alguno,  y hasta es fácil que no puedan sostenerse mucho tiempo.
Las humillaciones son duras y abaten pronto al alma que internamente no se humilla. De aquí la explicación de las quejas que a veces so oyen en los monasterios. Si el monje pone en su interior sentimientos de humildad cesarán  las quejas para dar lugar a la alegría. Jesús ha prometido que su yugo es suave y carga ligera. Y sin la práctica externa de la humildad, pronto los sentimientos internos de desvanecen y se caerá en una especie de parálisis. Los sentimientos internos y los externos son inseparables.

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