286.-Bienes del humilde.

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 Pero ¿que pasa  si no he sentido humildemente de mí mismo? Si se ha ensoberbecido  mi alma, la tratarás como al niño  recién destetado que está penando en los brazos de su madre. (7,4)
Con esta imagen S. Benito siguiendo el salmo, ofrece una imagen  fiel de la conducta  de Dios respecto a  las almas. A las humildes está sobre el seno de Dios y  disfrutan de los consuelos de su ternura incluso en medio de dificultades y persecuciones. Encuentran en Dios cuanto necesitan, alimento, luces, fuerza, vida divina. Ante todo experimentan  el consuelo del perdón de sus pecados porque Dios no rechaza a un corazón contrito y humillado.
Crecen  las virtudes, ya que con la gracia  se fortifican cada día, reciben la gracia con la abundancia que la necesitan, porque Dios no puede rehusar nada a los humildes. Por el contrario dice, “dilata os tuum et implebum illum”.
El orgulloso por el contrario es rechazado del seno de Dios, no recibe el perdón de sus faltas porque no tiene compunción. Mientras no se humille, no puede esperar misericordia. No recibirá la virtud a la que pone obstáculo por su orgullo. Mientras no consienta en  humillarse no hará progreso alguno y quizás no se verá  mucho tiempo libre de la muerte del pecado. Dios resiste su oración mientras sea orgulloso. Permanecerá como un niño rechazado del seno de su madre.
El que se  deja llevar del orgullo, también es privado de los consuelos de Dios. El niño de pecho, junto con el alimento, recibe las caricias de su madre. Así el  humilde recibe las caricias divinas. Con tanta mayor abundancia cuanto mayor esta lejos del orgullo. Así el Señor lo ha prometido: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallareis el reposo de vuestra alma, podréis comprobar cuan suave es mi yugo y ligera mi carga”. Estos consuelos que promete Jesús, son desconocidos por el que se deja dominar por el orgullo. Los consuelos que recibe no vienen de Dios, sino que son dulzuras emponzoñadas que bien pronto le dejan lleno de amargura. Si pretende tener luces extraordinarias, sentimientos de amor de Dios, no es de creer, ya que la humildad es el sello absolutamente invariable de los favores divinos. Todo místico que no sea profundamente humilde es un iluso. Dios no quiere conceder a los orgullosos favores y gracias especiales. Es más, el orgulloso pierde el gusto por las cosas de Dios.
Para destetar al niño la madre pone una sustancia amarga en su seno. Así hace Dios con el alma orgullos. Lleva una vida muy amarga, pues los hombres la desprecian y Dios no le da sus consuelos, es más derrama hiel sobre sus ejercicios espirituales. Para el orgulloso, la oración, la salmodia, la lectio divina, la misma eucaristía, están rodeadas de tantas espinas que es un suplicio acudir a estos ejercicios. Y quiera Dios no llegue a abandonarlos. ¿Tenemos el gusto de las cosas de Dios?

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