Benito interpreta la escala hacia el cielo de una forma muy personal. La escala erigida representa nuestra vida en este mundo. Cuando el corazón se abaja, el Señor lo levanta hasta el cielo.
Los largueros de este escala son nuestro cuerpo y nuestra alma, en los cueles la llamada divina ha hecho encajar los diversos peldaños de la humildad y de la observancia para subir por ellos.
Es nuestra vida concreta, aquí en la tierra, nuestra vida cotidiana, donde se decide si llegamos o no a Dios. Los largueros son el cuerpo y el alma, porque en la vida espiritual, el cuerpo es tan importante como el alma. Con cuerpo y alma debemos ponernos en camino hacia Dios.
La espiritualidad no acontece solo en el espíritu, sino también en el cuerpo. Si el cuerpo no resulta trasformado, tampoco el espíritu encontrará realmente a Dios.
El cuerpo y el alma interactúan recíprocamente. Dios ha insertado en el cuerpo y en el alma los doce peldaños de la humildad y la disciplina. La humildad es más bien la actitud interior. La disciplina designa el ejercicio concreto.
La palabra disciplina proviene del latín dis-cipere, con el significado de tomar entre las manos, desmembrar. Disciplina significa que tomo mi vida en mis propias manos.
La vida espiritual es también un hacer, un luchar, siguiendo un método muy determinado. Los primitivos monjes decían: “Quien lucha sin método, lucha en vano”. En la vida espiritual significa que asumo la responsabilidad por mi propia vida. No basta con lamentarse por las heridas que hay en la propia historia. Puedo dar forma a mi vida, cogerla en mis manos, plasmarla de tal forma que corresponda a la imagen auténtica que Dios tiene de mí.
Con sus ideas sobre la humildad, S. Benito se encuentra en la tradición de los Padres de la Iglesia y del monacato primitivo.
Para Basilio humildad consiste en la consigna”conócete a ti mismo.” Para Orígenes la humildad es la virtud sin más que incluye la todas las otras virtudes. Un precioso don de Cristo a la humanidad, la verdadera fuente de fuerza de los cristianos. La única que nos hace capaces de alcanzar la verdadera contemplación.
Gregorio de Nisa considera que el hombre sólo puede imitar a Dios en la humildad, por ello la humildad es para el hombre el camino de la asemejación de Dios.
S. Juan Crisóstomo ve la humildad en unión con la dignidad del hombre y advierte contra un erróneo rebajarse a sí mismo.
S. Agustín es el que ha desarrollado más extensamente la doctrina de la humildad. Es por una parte conocimiento de uno mismo y por otra imitación de la humildad de Cristo, de su vaciamiento en la muerte, que obra para nosotros la redención.
La humildad de Cristo es en primer término una obra salvifica de Dios. Por ello no es la humildad en primer término una virtud, sino la actitud religiosa que pone al hombre en relación con Cristo. S. Agustín llega incluso a decir que el pecado unido a la humildad es mejor que la virtud sin humildad, porque la humildad me abre a Dios, mientras que la virtud del soberbio cierra ante Dios.
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