478‑Manifestaciones del Buen Celo

publicado en: Capítulo LXXII | 0

Anticípense a honrarse unos a otros, tolérense con suma paciencia sus enfermedades, tanto físicas como morales, obedézcanse a porfía unos a otros nadie, busque su propia conveniencia sino más bien el de los demás, se entregarán desinteresadamente al amor fraterno. 72,4‑8

Hasta aquí S. Benito nos ha exhortado a un celo, termino latino que proviene del griego que se deriva de una raíz que significa estar caliente, estar en ebullición, pasión indeterminada como ya indicaba ayer, puede tener diversos sentimientos que van desde el mal, la ira, hasta el amor fraterno. Pero no ha explicado en qué consiste este buen celo que tienen que ejercitarse los monjes con el amor más encendido. Pero como S. Benito no se contenta con expresiones vagas, sigue con algunos pormenores más relevantes del buen celo.
Son ocho máximas que señalan el modo de ejercitarse en este ardor. Las cinco primeras refieren al amor fraterno y las tres últimas al amor de Dios, del abad y de Cristo.
Son como unos apotemas expresivos que apenas necesitan comentario.
Las que corresponden a la caridad fraterna resaltan el tema de la caridad como la señal propia del cristiano. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros». Recuerda la sentencia de la carta a los Romanos, ya citada en el cap. 63.
La caridad también se traduce por la afectuosa tolerancia de las enfermedades corporales o morales de los hermanos y también por la aceptación de nuestras propias miserias.
Tanto los bienes como los males, todo es común en el monasterio, incluso que lo que tenemos que soportar con una paciencia incansable, pacientissime no son únicamente las debilidades del prójimo, sino la misma diversidad por el distinto temperamento propio de los lugares de origen de los monjes.
Es una ampliación de lo ordenado en el cap. 36, donde nos decía que se deben soportar con paciencia las impertinencias de los hermanos enfermos. ¿Quién está libre de algún achaque físico o moral involuntario o culpable que puede molestar al vecino? En toda comunidad humana, por perfecta que sea, este mandato tiene constante aplicación.
Obedeceos a porfía unos a otros, dice S. Benito. En lugar de perseguir fines con los que el monje satisfaga su egoísmo, busque más bien la ocasión de servir a los hermanos. Es la ley suprema del cristianismo y las antípodas de la animalidad, pues el animal y el hombre animal lo ordenan todo a su provecho egoísta. El Apóstol describe con este solo rasgo una sociedad semi convertida:» Todos buscan su propio interés, no el de Jesucristo» Fil. 29,21. Y poco antes había pergeñado el ideal de una comunidad cristiana:»No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» Fil., 2,4. S. Juan Crisóstomo comentado a S. Pablo dice como muchas veces nos exhorta a dejando de lado nuestros intereses busquemos el del prójimo pues en esto se asienta la perfección de la caridad. Es una de las bases más firmes para una vida comunitaria.
Si en el capítulo anterior había dispuesto que los jóvenes obedeciesen a los ancianos, ahora no hace distinción alguna, que parece por lo demás excluirse con el adverbio «a porfía», que denota una idea de competencia. La caridad ardiente exige que se complazca al hermano en todo lo posible.
En la quinta máximo dice el texto original «caste» esto es puramente, desinteresadamente, gratuitamente, sin exigir nada a cambio, sin mezcla alguna de egoísmo. Se podrían parafrasear estas dos máximas de este modo: ‘Nadie busque nadie lo que juzgue útil para si, sino para otro, y en un total olvido de sí mismo, los hermanos cumplan unos con otros los deberes de caridad.

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