Tienen preferencia los mandatos del abad o de los prepósitos por el instituidos, mandatos a los cuales no permitimos que se antepongan otras órdenes particulares. Por lo demás obedezcan todos los inferiores a los mayores con toda caridad y empeño. 71, 3,4.
Resulta evidente que este género de obediencia mutua podía causar no pequeña confusión en la comunidad, si no se señalan unas normas para su ejercicio.
Cuidadoso en todo momento de mantener el orden, garantía de la paz, S. Benito establece una jerarquía de obediencias por así decirlo, a la que los monjes debían atenerse en toda ocasión.
Es normal que el abad y los decanos ocupen el primer lugar en la escala de nuestra atención. Cuando se pide un permiso, cuando ejecutamos lo mandado, hemos de prevenir cualquier conflicto de jurisdicciones y mucho menos aprovecharlo malignamente.
Dando preferencia a las autoridades propiamente dichas, S. Benito quiere que todos acojan con simplicidad, humildad y buen sentido las órdenes legítimas y observaciones de los mayores. Es un consejo de perfección, pero también en cierta medida es un precepto.
No cabe duda que S. Benito acentúa sobre todo el deber que incumbe a todos los hermanos «con toda caridad y empeño». Quiere inculcar fuertemente esta idea que juzga de excepcional importancia para el mantenimiento del amor fraterno.
Termina este capítulo con unas prescripciones cuya severidad posiblemente nos sorprenda. Indica la manera de portarse el monje que es reprendido aunque sea por una cosa insignificante, debe postrarse ante el superior hasta que le de la bendición. Si alguno no obrase así sea corregido incluso con la expulsión del monasterio.
Esta rigidez está en armonía con el conjunto de la Regla y de las antiguas reglas monásticas. Al parecer, no se trata de una reprimenda cualquiera por la que el monje deba dar esta satisfacción, sino únicamente cuando la corrección vaya acompañada en el superior con cierta emoción e indignación.
S. Benito supone que la misericordia no tardará más en producirse de lo que ha tardado el arrepentimiento.
No se trata de justificarse, de asegurar que nunca pasó por su mente el hacer mal, de protestar asegurando que su intención era recta. Aunque a veces será necesario presentar sus excusas.
El provecho de esta humilde sumisión es doble. El hermano corregido tiene ocasión de reparar la falta sin discutir y el superior se sentirá inclinado al perdón inmediato. La edificación es mutua.
Termina S. Benito con duras penas para el que rehúse dar satisfacción. Incluso se le expulsará, ya que pertenece al siglo por su espíritu contestatario.
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