475.‑ La obediencia mutua

publicado en: Capítulo LXXI | 0

El bien de la obediencia, no sólo han de prestarlo todos a la persona del abad, porque también han de obedecerse los hermanos unos a otros, seguros de que por este camino de la obediencia llegarán a Dios. 71,1‑2

La gran valoración de las relaciones interpersonales en S. Benito es la característica de este grupo final de capítulos y encuentra su expresión máxima en la obediencia mutua. En este caso se califica a la obediencia como un bien estimable: «el bien de la obediencia», porque es el camino que lleva a Dios.
En un ambiente democrático y en una cultura sumamente individualista que domina en nuestra sociedad, en la que el personalismo raya en lo patológico y la independencia se sublima, la Regla aporta un capítulo sobre la escucha y la sabiduría.
Nos viene a decir que no somos nuestros propios maestros ni guías, ni creadores de criterios ni constituimos nuestra ley a la carta. Debemos atender y escuchar a las personas que nos rodean, que han emprendido el camino antes que nosotros y conocen su trazado.
La espiritualidad monástica dice que debemos escucharnos mutuamente, debemos superar fronteras y diferencias en este fragmentado mundo y ver en nuestras diferencias ocasiones de crecer en el amor.
En este capítulo viene a reafirmar S. Benito esa actitud fundamental que planteó ya en el prólogo: saber escuchar la voz de Dios a través de todas las mediaciones a «fin de que por el trabajo de la obediencia retornes a aquel de quien te habías apartado por la desidia de la desobediencia” Pro. 2‑3. “es la actitud propia de aquellos que nada estiman más que a Cristo” 5,2.
Este capitulo tiene dos partes. En la primera cómo acoger la orden de un hermano o prestarle un servicio y una segunda parte, cómo acoger las reprensiones de los superiores.
Al calificar a la obediencia como un bien, está manifestando que no se trata de una prestación meramente material y exterior. No es una limosna arrojada desdeñosamente. Es un obsequio hecho con gracia y recibido con gozo por amor al Señor. “Aceptable a Dios y dulce a los hombres”, como decía en 5,14.
La obediencia recíproca que se pide a los hermanos, prescinde del contenido objetivo de lo mandado para adoptar un punto de vista subjetivo: la obediencia es un bien, una virtud. El camino por el que se va a Dios
Es un bien, una suerte para el obediente, pues cada una de las sumisiones arranca un eslabón a la cadena del egoísmo que nos ata. Tiene valor en sí misma en cuento implica la imitación de Cristo mediante la propia abnegación y constituye al mismo tiempo una manifestación de caridad. El ejercicio del amor fraterno es un vínculo que une a los hermanos entre sí, ya que se trata de obedecerse unos a otros. Y el origen de esta obediencia mutua procede de la caridad, de una atención concreta al hermano y a sus necesidades. Así siguiendo el ejemplo de Cristo, renuncia a su propio interés para hacerse el servidor de los hermanos.
Acercarse a Dios, unirse a Dios es la finalidad de toda nuestra actividad sobrenatural y sabemos que en la tradición se consideraba toda la vida como una marcha hacia este término, la unión con Dios viviente.
“Quiero Padre que donde esté yo, allí también esté mi servidor».
El Señor, su Madre y los santos nos indican con su vida y ejemplo, que el camino que conduce a Dios es la obediencia. S. Benito no se cansa de hablar de ella, es el alfa y omega de toda la regla. Si tenemos prisa por llegar a Dios, buscaremos ocasiones de obedecer, más que ingeniosos procedimientos para sustraemos a la obediencia.
No nos tiene que bastar con la obediencia al abad o de los que de él han recibido una participación de su autoridad. Nos inclinamos igualmente y con idéntico motivo ante los deseos de nuestros mayores e incluso de los hermanos más jóvenes.
No se concibe que un monje pueda hacerse esta reflexión: “La vida monástica es un vivir en sí y para sí. Consiste en vivir codo a codo pero aislados unos de otros, unos junto a otros. El programa es no preocuparse de nadie, observar escrupulosamente el capítulo 70, pero en contrapartida no tolerar que nadie se entrometa en nuestra vida»
La cortesía, las buenas maneras, la servicialidad son unas formas amables de la obediencia. Monjes muy celosos de cumplir todas sus obligaciones, no obstante están dispuestos a sacrificase par atender a todo aquel que acuda a él solicitando un servicio o ayuda.
Obedezcan con suma caridad y solicitud, dice en el c.v. Aquí tenemos brevemente resumidos la fuente divina de nuestra obediencia, su carácter y su modo de proceder. No se trata de mera cortesía humana, sino de caridad. No será la obediencia que quiere S. Benito la que se hace como haciendo un favor, o con una actitud lánguida y doliente. Esto no es más que una máscara de la obediencia.
Si en el monasterio se encuentra un monje siempre dispuesto a protestar, provisto siempre de muy buenas razones para sustraerse a la obediencia, se tiene que convencer de que esta actitud es incompatible con la vida religiosa. «Si alguno es amigo de discutir, decía S. Pablo, sepa que nosotros no tenemos tal costumbre ni tampoco la Iglesia de Dios»

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