474. ‑ Nadie se atreva a pegar arbitrariamente a otro.

publicado en: Capítulo LXX | 0

Debe evitarse en el monasterio toda ocasión de iniciativa temeraria70, 1.

El capítulo 70 es como el complemente del anterior. La finalidad de este capítulo, como la del anterior es reafirmar el derecho abacial en materia de corrección, suprimiendo totalmente toda interferencia arbitraria por parte de los hermanos.
Comienza con un principio general:»ha de evitarse en el monasterio toda ocasión de iniciativa temeraria. Seguidamente aplica esta sentencia a los que sin mandato del abad usurpan el derecho de castigar a sus hermanos.
Sigue un texto paulino de ambiguo sentido en el que el apóstol dispone castigar públicamente a los que faltan, para escarmiento de todos.
La finalidad era el remover uno de los mayores obstáculos en los que se podía deteriorar el clima de convivencia pacífica de los hermanos. Podía darse el caso que algún hermano, con un celo amargo o quizás para castigar en otro la llaga de sus propios fracasos tuviera el atrevimiento de arrogarse una función que es propia de la autoridad.
Este capítulo no hace referencia a peleas posibles en todo conjunto humano, sino la usurpación arrogante de la autoridad y la legitimación de la violencia. Incluso en aquella cultura en que se castigaba físicamente a los jóvenes, S. Benito no permite una cultura de violencia. La espiritualidad benedictina depende del compromiso personal y no de la intimidación. Y deja claro que el deseo del bien no es excusa para el ejercicio del mal.
Esto es aplicable para aquellos cuyos elevados ideales, les lleva a emplear medios innobles para alcanzar el bien.
Podemos aceptar que en la época de S. Benito hubiera monjes que se pudieran dejar llevar de estas extralimitaciones, e incluso actualmente hay ciertos temperamentos predispuestos al oficio de inquisidor.
Amonestaciones, denuncias, reprimendas, excomuniones prácticas por la supresión de relaciones afectuosas. Todos estos procedimientos se justifican a sus ojos, cuando se trata de hacer respetar la regla, o simplemente unas costumbres de menor importancia, y que tal vez interesan a su vanidad.
¿De donde proviene ese insano prurito de intervenir en asuntos de otros? Limítate a rezar por ese hermano que te irrita, te escandaliza. Dale, si se presenta la ocasión un buen consejo, pero sobre todo dale un buen ejemplo.
Miremos todo desde la perspectiva de Dios. Es un hecho de experiencia que en la medida que nos aproximaos a Dios, más se empapan las almas de misericordia. Y también está fuera de toda duda que los censores más intolerantes son personas sin misión, faltos de gracia de estado y que actúan movidos sólo por su carácter o por impresiones del momento.
Termina este capítulo con unas normas por las que pone a los niños y adolescentes bajo el cuidado de todos. Pero siempre con prudencia y moderación. Y termina con la regla de oro de:»No hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti»

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