Ocurre con frecuencia que por la institución del prepósito se originan
graves escándalos en los monasterios. Porque hay algunos que se hinchan
de un maligno espíritu de soberbia. 65, 1‑2.
S. Benito al hablar del prepósito toma un tono vehemente y duro, comparable solamente al que tomó al describir a los sarabaíta y giróvagos. Y no sólo porque denuncie graves desórdenes del monasterio de aquel tiempo, sino porque no siente ninguna simpatía por este personaje.
En la RB el prepósito es un colaborador del abad poco deseable y nada deseado. Solamente por el imperativo de las circunstancias pudo obligar a S. Benito a escribir esta página que aparece en la Regla de modo violento.
S. Benito ya había organizado la comunidad con el sistema de decanías y solamente aparece el prepósito en el cap. 21,7 de modo fugaz y según algunos como una añadidura, y en otro texto ambiguo. Y ahora le dedica un capítulo entero relativamente largo. Comienza describiendo una situación bastante dramática: «graves y frecuentes escándalos». Ve a prepósitos hinchados del viento de la soberbia, tiránicos, origen de disensiones, envidias, altercados, banderías. Son plagas que destruyen la comunidad.
S. Benito señala sin vacilar que el origen de todo esto es sin la aberración que cometen ciertos obispos o abades al ordenar al prepósito al mismo tiempo que al abad. Esto le da pie al prior para engreírse y juzgarse tan importante como el abad.
El nombre de «praepositus»= puesto al frente, tanto en el lenguaje civil como eclesiástico designaba originariamente al jefe, bien supremo, bien subalterno.
En el vocabulario monástico en uso en el siglo VI. significaba exclusivamente al superior que está después del abad. No innova al protestar por la ordenación del prepósito al mismo tiempo que al abad, sino que defiende una norma tradicional combatida por abusos recientes.
Al ordenar al mismo tiempo al abad y al prepósito, el obispo se aseguraba una mayor autoridad en el monasterio.
El oficio de prepósito, no así el nombre, era tradicional en el cenobitismo. Se puede remontar su historia a S. Pacomio y S. Basilio.
Sea porque los abades con alguna frecuencia se mostraban ineptos o indignos, o porque se ven desbordados por múltiples obligaciones, o porque se abstienen de participar en la vida cenobítica, que teóricamente presiden, lo cierto es que los prepósitos van adquiriendo mayor autoridad, más prestigio, hasta convertirse en una especie de abades colegas, indispensables para la buena marcha del monasterio. En el mejor de los casos, el prepósito es el colaborador íntimo del abad, un hombre de
confianza. El abad puede descargar en él algunas misiones del monasterio. Tal es el contexto histórico en el que fue escrito el capítulo 65
S. Benito desautoriza las situaciones que describe en el v. 2 con palabras muy duras que no suelen encontrarse en su pluma. Parecen que brotan de una sana indignación.
Deja de lado su acostumbrada concisión, para describir las fases sucesivas del mal. Da la impresión que ha visto estos males muy de cerca y que habla desde una experiencia atenta y continua. Pero ni él ni la historia nos aclaran los hechos concretos a que se refiere.
Después de indicar los abusos sin especificar los acontecimientos que los originaron, S. Benito enumera algunas circunstancias que merecen especial atención.
Hay que señalar que en esta página singular de la Regla, no todo es recelo y vehemencia. La descripción que hace del proceso desintegrador de una comunidad que precipita a la degradación moral a las personas que lo fomentan, es de una gran agudeza sicológica y demuestra una experiencia profunda en los acontecimientos humanos.
Actualmente la norma es dejar en manos del abad la designación del prior en conformidad con el severo parecer de S. Benito. Normalmente esta elección va precedida de una consulta a la comunidad.
No faltan situaciones excepcionales en las que el prior ha sido impuesto prácticamente por instancias superiores, con la pretensión ingenua de que con esto se podría resolver una situación conflictiva.
Los que obran así no tienen en cuenta la sentencia de S. Benito que aún hoy tiene vigencia: la culpa de estos males recae sobre aquellos que se hicieron responsables de este desorden
La espiritualidad benedictina ve a la comunidad como algo que modela, no como algo utilizable por unos cuentos movidos por intereses personales, vanidad, o por luchas de poder.
Se trata de una vida consagrada al espíritu no involucrada en politiquerías, donde la autoridad del abad pueda verse con frecuencia contestada, rutinariamente ignorada o burlonamente ridiculizada. Así la mirada interior se desplaza desde el centro de la vida hacia múltiples planos secundarios de algunos miembros, sea el prior, sea algún otro monje. Entonces la dimensión mística de la comunidad se convierte en un enfrentamiento entre unos y otros según sus tendencias y aspiraciones.
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