463.-Discreción del abad.

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Recogiendo estos testimonios y otros que nos recomiendan la discreción, madre de las virtudes, ponga moderación en todo. De modo que los fuertes deseen hacer más y los débiles no se desalienten. 64,19.

Desde que el Papa Gregorio el Grande alabara la “discretio” de la Regla, fue proverbial la “discreción benedictina”. La Regla menciona esta palabra tres veces.  Con este palabra y su sentido entra S. Benito en la tradición monástica de mayor solera.
Discretio significa capacidad para diferenciar y decidir. La moral antigua aludía al discernimiento entre el bien y el mal, lo bueno y lo mejor, lo verdadero y lo falso.
S. Atanasio alaba en su amigo, el padre de monjes Antonio, el don de «discernimiento de espíritus». Mientras que el monje no precisa el don de milagros, sí debe aspirar siempre al don de discernimiento. Será incapaz de sostener la lucha contra los pensamientos inquietos de su propio corazón, el combate contra Satanás y los demonios, que a menudo y astutamente se transforman en ángel de luz, si no es capaz de distinguir entre pensamientos tentadores y santos, entre espíritus malos y buenos. «El discernimiento de espíritus» reclamaba un aprendizaje monásti­co.
Las «Sentencias griegas de los Padres», que se remontan al siglo IV, exigen al monje la discretio como algo natural:
«Vigilancia, concentración en sí mismo y discretio son tres virtudes orientativas del alma» (Poimén). La sentencia siguiente que se nos ha trasmitido se atribuye al gran Antonio: «Muchos han agotado su cuerpo en ejercicios ascéticos y, sin embargo, están alejados de Dios por carecer de discretio». Antonio no condena la ascesis en sí, sino solamente el llevarla a cabo «sin discernimiento», sin plan, sin sentido, de modo inadecuado para las circunstancias concretas.
 El Abad Poimén, un maestro notable respecto a la discretio, dice: «Algunos llevan siempre un hacha, pero no saben cómo talar el árbol. Otro, en cambio, que conoce el oficio, tala el árbol con pocos golpes. El hacha significa la discretio». ¿Qué es la discretio según la concepción de los padres de los monjes? Es «el fino discernimiento median­te el cual el monje aprecia diferencias de situación en casos distintos y obra en consecuencia»
Dos ejemplos pueden iluminar lo dicho: Los monjes comen juntos. Se les lleva carne, es decir, un alimento que los monjes en otra circunstancia rechazarían. Todos la comen, excepto Poimén. Se extrañan, porque conocen su discretio. Después de la comida le preguntan: «¿Tú eres Poimén y has actuado así?» Él contesta: «¡Perdonadme, Padres! Vosotros habéis comido y nadie se ha escandalizado por ello. En cambio, si yo hubiese comido, se hubieran escandalizado muchos hermanos que están conmigo y hubieran dicho des­pués: «Poimén ha comido carne y nosotros no la comemos»». Y todos se maravillaron de su discretio
Tres monjes pidieron al Abad Aquiles que les hiciera una red. Querían tenerla en sus celdas como recuerdo. Rechazó la petición de los dos primeros e hizo caso al tercero, que precisamente era un asceta con mala fama. Accedió a la petición del tercero porque los dos primeros no se entristecieron cuando les dijo que no tenía tiempo; en cambio el tercero podía pensar que su petición era desoida a causa de sus pecados.
Discretio es la capacidad de discernir entre las numerosas posibilidades de actuar para realizar la mejor en unas circuns­tancias dadas. Discretio puede ser una decisión hacia la severidad o hacia la indulgencia, según las circunstancias concretas. Discretio es la superación del obrar mecánico, del obrar sin sentido, sin plan, inconsciente, sin medida; del obrar vacilante y sin pensar. Discretio es, en resumen, la capacidad de discernir, es decir, la capacidad de ver lo moralmente valioso, la posición sabia, es decir, el rechazo de la severidad excesiva y de la demasiada tolerancia.
Casiano dedica a la discretio la segunda conferencia. Ya en la primera «conferencia» la alaba como «la gracia que tiene la preeminencia entre todas las virtudes» Es uno de los carismas más sublimes. Casiano atribuye la alabanza de la discretio al propio padre de los monjes Antonio. El Abad de Marsella entiende como discretio la capacidad de distinguir en cada virtud entre lo demasiado y lo muy poco para obrar en consecuencia. El monje puede con la discretio discernir y decidir lo que es adecuado a la ascesis monástica, a la propia eficiencia, a la exigencia del momento. Con la discretio el monje puede corresponder a la situación o exigencia que se le presenta, y encontrar la respuesta adecuada. En su actuar no se desviará ni a derecha ni a izquierda de aquel «camino real» de la virtud perfecta. Su virtud no será influida ni por el demasiado, es decir, por la exageración, ni por el muy poco, o sea, por la dejadez. Sin la discretio no hay virtud verdadera, auténtica. Ella es «la madre, vigía y guía de todas las virtudes», «la fuente y raíz de todas las virtudes» . En el Evangelio se la llama ojo y luz del cuerpo (cf Mt 6,22), porque discierne todos los pensamientos y acciones del hombre y prevé y distingue lo que se debe hacer.
S. Benito menciona la palabra discretio sólo tres veces, como ya hemos dicho. En el cap. 70 reprende al monje que se deja arrastrar por la ira, «sin capacidad de discernimiento», contra los hermanos mayores y los niños. Con ello reprueba el comportamiento «sin discernimiento», desmesurado, despreo­cupado, irreflexivo, sin control, sin amor, contra los hermanos. En el cap. 64 sobre el Abad, hallamos la palabra dos veces, y quizá no por casualidad. La discretio es la virtud del Abad, del Padre, del maestro, del educador, del pastor, del médico, del juez del cenobio. La discretio, «la madre de virtudes», posibilita al Abad guiar y dirigir a la comunidad y a cada monje individualmente, conforme a sus peculiaridades, aptitudes y fuerzas. La discretio es la virtud reina. Excluye de igual forma la tiranía, la falta de amor, la inconsecuencia, la falta de respeto. No conoce ni el titubeo ni los ímpetus. La discretio que exige la Regla al Abad concentra todas las virtudes como un foco; une en sí la cordura, la justicia, la disciplina y la decisión. A todas ellas les da la medida correcta, y las protege contra los dañinos y perniciosos «demasiado» o «muy poco». El Abad que posee el carisma de la discretio reconocerá y cumplirá subjetiva y objetivamente la voluntad de Dios con una instintiva seguridad. Entonces el monje se sentirá seguro y arropado bajo su guía y dirección.
No sólo el capítulo sobre el Abad, sino toda la Sta. Regla es un comentario maravilloso sobre la discretio monástica. Pero no hay que entenderlo en el sentido de que la Regla se pronuncia siempre a favor de la tolerancia y de la clemencia. Sería una falsedad. La Regla se decide por la severidad, por la inexorable e intransigente severidad, cuando lo requiere el bien y salvación de las almas y de la comunidad. ¡Pensemos en su exigencia constante en renunciar a la propia voluntad! La discretio de la Sta. Regla consiste en que ella discierne y decide en todas las cuestiones de la vida monástica de tal forma que «los fuertes» y «los débiles» no son dirigidos mecánica­mente, sino de acuerdo a su forma de ser.

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