En el trato mutuo a nadie se le permita llamar a otro simplemente por su nombre, de modo que los mayores llamarán hermanos a los jóvenes y estos llamarán a los mayores con el título de nonos, (reverendo padre) Al abad considerándolo como el que hace las veces de Cristo se la dará el nombre de señor y abad, más no por propia atribución, sino por honor a Cristo. 63, 11-13.
El título de hermanos con el que deben tratarlos, está impregnado de cierto afecto familiar, pero expresa también un respeto religioso que no aparece cuando a uno llama a otro simplemente por su nombre. Por tanto se puede decir que S. Benito quiere manifestaciones de respeto, como sugiere la frase de S. Pablo que Benito cita: “Procurad anticiparos unos a otros en las señales de honor”. (17)
La prescripción particular de llamarse “hermanos”, es una costumbre monástica, y es un resurgir una práctica paleocristiana, bien atestiguada en los escritos del NT que señala que el título de hermanos precedía al nombre de cada uno, cuando un cristiano se dirigía a otro cristiano, y esto es lo que establece Benito entre los monjes.
Esta regla, que parece no haber sido observada por las primeras generaciones monásticas aparece por primera vez en Benito y en su contemporáneo Fulgencio. A finales del siglo VI, Gregorio parece también tener cuidado de conformarse a ella no solamente cuando se refiere a monjes, sino también cuando en sus Diálogos se refiere a clérigos o laicos piadosos. Por esto podemos ver como en el siglo VI. se ha desarrollado en ciertos medios eclesiásticos con un esfuerzo para hacer de este viejo vocablo cristiano un título de cortesía que normalmente precedía al nombre propio.
Este sentido de respeto que es la nota dominante en este capítulo no deja Benito de aprovecharla para recordar el temor de Dios inculcado fuertemente también en otras partes de la Regla. La actitud reverencial hacia el Señor marca igualmente las relaciones con el prójimo. En ambos casos el respeto fundamental que inspira la persona no se opone al amor, sino que lo incluye.
Actualmente estas demostraciones de respeto que prescribe principalmente en el capítulo 63 así como en otros lugares, está afectada por la conmoción actual de las costumbres. En muchos monasterios el uso de “padre” o “hermano” ha desaparecido, lo mismo que el “Benedicite” antes de hablar o el gesto de ponerse en pie ante los ancianos. Todo esto se ha desvanecido y tiende a desaparecer.
Esto no se debe sólo al rechazo de las deferencias y señales de respeto, ni por una juventud que rechaza la sumisión a los mayores. Procede sobre todo de una tendencia a la secularización. Los signos religiosos ya no dicen nada y hasta se teme que separen del mundo profano al que los use. Se quiere ser como todo el mundo.
El rechazo de los signos religiosos tradicionales, no va solamente contra la letra de la Regla. Va contra el movimiento que llevó al monacato a apropiarse las costumbres de la Iglesia primitiva. Sin temor a las burlas de los paganos que trataban de ridiculizar a los cristianos por llamarse mutuamente hermanos. Con este título expresaban su convicción de ser hijos de Dios y hermanos de Cristo y por lo tanto verdaderamente hermanos unos de otros. La fe de ellos como posteriormente la de los monjes se sostenía con estos signos.
Podemos ver en esto una advertencia de mayor alcance que es que la fe que no se expresa ¿es acaso una fe viva? La desaparición de los signos de fe amenaza con debilitar la misma fe.
La aplicación de las normas que S. Benito señala en este capítulo debe ser no solamente inteligente, sino también espiritual. Los nombres de “padre” y “hermano” son invitaciones a la caridad. Y cuando esta es lastimada, deberían ser oídos como reproches, pues los títulos son para reflexionar sobre ellos, como dice S. Benito hablando del abad. Esta es la pedagogía del monacato que va de lo exterior a lo interior, de la praxis a la reflexión, de las observancias al espíritu.
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