Dentro del Monasterio conserve cada cual su propio puesto conforme a la fecha de su entrada en la vida monástica, o según lo determine el merito de su vida por disposición del abad. 63,1.
Este capítulo tiene tres partes: en la primera tratadle orden de la comunidad, en la segunda de las relaciones entre los hermanos, y en la tercera es como un apéndice sobre los niños y adolescentes.
El orden de antigüedad es el fundamento sobre el que edifica S. Benito sus normas para la vida común. Con este modo de proceder, se aparta del Maestro, pero se une a la mejor tradición cenobítica. Ya los terapeutas judíos se ordenaban, según afirma Filón, no según su edad natural, sino según la fecha de su admisión en comunidad.
Parecería que los monjes cristianos han seguido sus pasos. La congregación pacomiana según ciertas expresiones de Basilio y Agustín está atestiguada por una expresión de Jerónimo que afirma que este orden de los pacomianos está determinado por el tiempo de su entrada en el monasterio sin tener en cuanta la edad.
Otros legisladores como Benito reprodujeron la norma pacomiana atestiguada por Jerónimo, añadiendo además que no sólo no se tiene en cuenta la edad, sino tampoco la condición social.
Esto es de gran interés porque hace pensar en el texto de la carta a los Gálatas en el que Pablo declara inexistente, a partir del bautismo las distinciones anteriores:”Ya no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo”. Precisamente tanto el Maestro como Benito se fundan en esta sentencia para prohibir al abad que prefiera a los hermanos de origen libre a los esclavos. Ante Dios no hay acepción de personas.
Estas son las raíces o fundamento bíblico de este capítulo. Y para rechazar el criterio de edad, recurre al ejemplo de Samuel y Daniel.
El rechazo de distinciones fundadas en la naturaleza o en el estatuto social es un rasgo que el monacato toma basado en los escritos del NT. La profesión monástica tiene los mismos efectos que el bautismo, anulando radicalmente todas las calificaciones o descalificaciones anteriores. Como los cristianos cuando salen de la fuente bautismal, los monjes son hombres nuevos, todos uno en Cristo sin restos de un pasado que ya no cuenta. En el monasterio la igualdad de todos ante Dios se traduce en formas tangibles y engendra un orden social nuevo.
Pero más que en los escritos apostólicos, lo que se refleja en el monasterio es la situación de la primitiva comunidad de Jerusalén descrita en los Hechos. Por el hecho de haber puesto todo en común ya no se distinguen por el hecho de su riqueza. Pero lo que para la Iglesia fue un momento fugaz, para el monacato se convirtió en un orden permanente que hace ver a todos la invisible igualdad de los hijos de Dios.
El orden como salvaguarda de la paz necesaria en la vida monástica, constituye una preocupación constante en la RB. Repetidamente alude en capítulos anteriores al orden de la comunidad, y ahora se determina este orden conforme a dos criterios: la antigüedad en el monasterio y la decisión del abad.
Lo normal es que se guarde el orden de antigüedad, pero el abad está autorizado por la Regla para promover o degradar a los hermanos sólo por razones superiores y causas concretas. La edad o dignidad social de la persona no las considera causa suficiente para dar preferencias. También los niños oblatos conservarán el puesto conforme a la fecha de su consagración a Dios, pero estarán bajo la tutela de monjes adultos hasta edad conveniente.
El propósito de estas disposiciones no era la anulación de la persona, sino liberar a los monjes de sus castas o demandas del pasado. Su finalidad por tanto era lograr la igualdad, la humildad, y una nueva definición del yo en unos hombres que venían de un mundo plagado de jerarquías sociales, diferencias sistemáticas y exaltaciones sin fundamento. Así la fecha de entrada marcaba todos los demás acontecimientos de la vida.
Este orden de precedencia, sigue diciendo S. Benito es el que se tiene para recibir la paz, la comunión, para entonar los salmos y colocarse en el coro.
Aprovecha S. Benito esta ocasión para recordar al abad que no puede perturbar el rebaño que le está encomendado con disposiciones injustas, como si tuviera un poder arbitrario.
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