Enseña aquí el profeta, que si hay ocasiones en las que hay que renunciar a las conversaciones buenas, por exigirlo así la misma taciturnidad, cuanto más debemos abstenernos de las malas conversaciones por el castigo que merece el pecado (6,2)
Los monjes utilizan el silencio como un medio en su lucha por la pureza del corazón, sinceridad interior y rectitud.
Ante todo el silencio sirve para evitar los numerosos pecados que cometemos a diario con la lengua, así lo dirá poco depuse S. Benito, citando el libro de los Proverbios “el que mucho habla, mucho yerra” (6,4) Pero esta parece ser una fundamentación negativa. No hay ni rastro de elogio del silencio. Solo debe guardarse el silencio, porque de lo contrario se incurre constantemente en pecado.
Con el silencio evito los pecados de la lengua. Los monjes han hecho experiencias muy negativas por el hecho de hablar. Tan pronto como se abre la boca, se corre el peligro de pecar, según dice una de las sentencias de los padres.
En cierta ocasión el patriarca Siseos dijo lleno de confianza:”Hace ya treinta años que no hago oración por causa de un pecado. Por eso imploro: Señor Jesucristo, protégeme de mi lengua. Y a pesar de ello sigo cayendo y pecando cada día por su culpa”
Según las experiencias de los monjes, son cuatro principalmente los peligros que conlleva el hablar. El primero es la curiosidad. Un patriarca acostumbraba decir que el monje nunca debe querer saber cómo es y como se comporta este o el de más allá. Tales indagaciones lo único que hace es apartarle de la oración y hacerle incurrir en la difamación y en habladurías. Por tanto es guardar silencio.
La curiosidad genera dispersión. La persona dispersa se ocupa de todas las cosas imaginables. Por culpa de esta dispersión está vacía y no puede arraigar en ella el pensamiento dirigido a Dios. Y por supuesto tampoco puede madurar.
En un apotema se describe este preligo de manera sumamente plástica. “Unos hermanos procedentes de Sketis, decidieron visitar al patriarca Antonio. Para ello subieron en un barco, en el cual encontraron con un anciano que también se dirigía allí, pero que los hermanos no conocían. Mientras estaban en el barco se entretenían comentando las sentencias de los monjes, sus actividades manuales y el contenido de las Escrituras. Pero el anciano permanecía en silencio. Pero en cuento desembarcaron, se dieron cuenta que el anciano también iba a ver al patriarca Antonio. Cuando estuvieron ante él, Antonio les dijo. En este anciano habéis encontrado a un buen acompañante. Y luego dijo al anciano: tienes buena gente a tu lado. El anciano repuso: Ciertamente son buenas personas, pero su casa no tiene puerta y cualquiera puede entrar en el establo y llevarse el burro. El anciano lo dijo, porque los hermanos decían todo cuanto les pasaba por la mente”
Cuando alguno no es capaz de callar una cosa reservada, es señal de poca discreción. Y por ello tampoco puede penetrar más profundamente en su interior. En esa necesidad de hablar continuamente, se pone de manifiesto un miedo a la soledad, incluso a Dios mismo. Al hablar quiere decirlo todo, hacerlo todo visible, inmediato y así impedir que se produzca un verdadero diálogo.
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