Se les prevendrá de todas las dificultades y asperezas por las cuales se llega a Dios. 58,6.
Como comentábamos el día pasado, existen dificultades reales en la vida monástica como en toda vida cristiana ya que el camino que lleva a Dios está sembrado de asperezas y dolores, debido a nuestra naturaleza herida por el pecado y toda herida duele y quizás con mayor intensidad cuando se efectúa una cura.
No tardará el recién llegado en darse cuenta de ello, pero quiere S. Benito que se le advierta para que cuando se presenten las dificultades no se sienta demasiado sorprendido, y se preparé así para armarse de valentía. Cierto que este anuncio debe hacerse discretamente para que no tenga un efecto contrario atemorizándolo.
La misericordia del Señor deja muchas cosas en el secreto y va gradualmente descubriendo este secreto y como dijo el Señor, a cada día le basta su pena.
En el rito de la profesión se le recordará esta predicción y es el momento de una formal aceptación que supone un acto de confianza en Dios poniéndose en sus manos, y confiando que con las dificultades vendrá también la gracia para triunfar, ya que el Señor nunca nos darápenas superiores a nuestras fuerzas.
La vida monástica, como vida cristiana que es y quizás aún con mayor intensidad por su carácter peculiar, no está organizada para satisfacer las tendencias de la naturaleza. Cada uno tendrá su punto flaco que le es más doloroso y el sufrimiento siempre llega por aquello en lo que somos más sensibles. Ciertas vejaciones que en el mundo no daríamos la menor importancia, se convierten en el monasterio en algo poco menos que insoportable lo que hace que muchas veces se dé una enorme desproporción entre la causa del sufrimiento y el dolor que se experimenta.
Tal hermano, el abad, se pueden convertirse en una carga insoportable, pues se piensa que no me comprende, que no me habla, con otros tiene más detalles y atenciones…Con la mentalidad tan rara que hay aquí o demasiada atrevida o anticuada. Esto puede comentarse y se va enconando la pequeña herida y llega el desánimo. Y a veces parece que la perseverancia se basa en motivos naturales y mezquinos.
Hay que tener en cuenta que en el monasterio la ausencia de distracciones y diversiones nos entrega enteramente a nuestros sufrimientos. Y todos los movimientos pueden convertirse en dolorosos señal de que la herida aún está sin cerrar.
Hasta el día en que Dios se convierta en nuestro gozo, esto será la gran prueba. El peligro es crearse una vida aburguesada. Emigrar a la región de los que vivieron sin gloria ni infamia, de los que el cielo no ha querido y el infierno no admite en sus profundidades, lo que a apenas se salvan de la más vulgar forma.
Quienes se olvidan de si mismos atraviesan con gran alegría esas etapas dolorosas de la vida espiritual por duras que sean, pero resulta terriblemente dura y lo son en efecto por partida doble, para quienes han amado en exceso su bienestar espiritual. Por lo que se precisa es permanecer sereno sobre la cruz, adorar, dejar que el médico corte a su gusto por la parte enferma, hacer el esfuerzo de permanecer fielmente junto a este Dios cuyo contacto no hiere sino para sanar.
Así mismo hay que tener cuidado para no aumentar el dolor con nuestra imaginación y por un encerrarnos sobre nosotros mismos.
“Ningún sufrimiento debe ser amando pro sí mismo” dice S. Agustín. El dolor no tiene que ser otra cosa que un medio. Y a menudo nos sobreviene cierto sufrimiento debido a determinadas infidelidades que podríamos fácilmente eliminar. Por lo demás lo mejor es aceptarlos en cuanto aparezcan.
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