437.- La búsqueda de Dios.

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Se observará cuidadosamente si de veras busca a Dios. 58,7

Como ya indicábamos ayer, el buscar a Dios es propio de todo cristiano, y mucho más si cabe del monje contemplativo, el principiante debe tomar este camino  desde el primer día.
Sin este  motivo sobrenatural no encontrará  satisfacción en el monasterio. En el comienzo podrá  dar algunas señales de florecer, e incluso prometer frutos, pero pronto se marchitará todo. Pero si tiene una intención pura, crecerá su deseo de Dios y Dios se dejará encontrar. La gracia multiplicará sus llamamientos, gracias y luces para ir caminando poco a poco al amor perfecto, que no es otra cosa que un deseo cada vez más ardiente de solo Dios.
S. Bernardo dice que”no buscará nada como Dios, nada antes que Dios, nada fuera de Dios”.  Tendrá la plenitud del espíritu religioso, es decir la pasión de Dios.
Para llegar a esta pasión de Dios, tiene que buscarle con todo su corazón, con todas sus fuerzas,  durante toda su vida. S. Bernardo  dice: “Busquemos a Dios sinceramente, busquémosle sin cesar. Busquémoslo con perseverancia.” Si le buscamos así seguro que lo encontraremos.
Buscar a Dios sinceramente es buscarle con toda rectitud y lealtad.  “Lo encontrareis si lo buscáis con todo vuestro corazón” Deut. 4.
Y ¿cómo no buscarle con todo el corazón? Es nuestro creador, nuestro redentor, de modo que por mucho que hagamos por El,  no le pagaremos nunca la mínima parte de lo que le debemos. ¿Acaso no está también nuestra dicha ahora, en buscar a Dios?  Y esta felicidad no será completa nada más que cuando lo busquemos con todo nuestro corazón.
En segundo lugar es preciso buscarle continuamente, empleando todas las energías  en ello. Sólo una voluntad constante puede hacernos superar las bagatelas que nos rodean. Sólo una voluntad fuerte puede triunfar de todos los obstáculos, de las dificultades y combates que han librarse en el camino que conduce a Dios. Por eso quiere S. Benito que se le prevenga al principiante del “dura et aspera per quae itur ad Deum”.
Es por fin  necesario buscarle con perseverancia, es decir durante toda la vida, desde la entrada hasta la muerte. Nunca llegaremos en la tierra a la plena posesión de Dios. Cuanto más avancemos en la carrera, más camino que recorrer descubriremos, y siempre nos quedará mucho camino para llegar a la perfecta unión con Dios.
Hay unos obstáculos que impiden esta búsqueda de Dios. El primero que suele encontrar el principiante es el amor del mundo y el afecto desordenado a la familia. Aunque natural y legítima es un manantial de preocupaciones e inquietudes. Y si no retiene la marcha hacia Dios, la retarda considerablemente.
Otro obstáculo se encuentra en la concupiscencia en sus diversas manifestaciones. Es un enemigo  contra el cual siempre habrá que luchas porque los vicios pueden renacer de sus cenizas.
Finalmente hay un tercer obstáculo  que a primera vista no debiera encontrarse en el monasterio, viene de la misma comunidad y de los ejemplos menos edificantes  que se puedan ver en ella. Uno que quiere verdaderamente buscar a Dios, debe pasar  pasa como una flecha en medio de los ejemplos de tibieza. No desprecia ni condena a aquellos hermanos que son  menos fieles  en sus obligaciones, pero no toma pie de ellos para autorizarse dejarse llevar de la negligencia. No examina  su conducta pues su mirada está en Cristo, en sus ejemplos y se dice: no he venido al monasterio para imitar  a los otros, sino para buscar a Dios. Y esto aunque sea el único que permanezca fiel.

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