Si hay que vender las obras de estos artesanos, procuren no cometer el fraudes aquellos que han de hacer la venta…Al fijar los precios no se infiltre el vicio de la avaricia, antes, véndase un poco más barato de lo que pueden hacerlo los seglares para que en todo sea Dios glorificado.. 57, 4-9.
De todos los párrafos de nuestra regla contrarios al clima en que vivimos de fraude y avaricia, este es uno de los más claros. Los monjes tienen que evitar hasta las apariencias de dos vicios detestables el fraude y la avaricia. Y S. Benito recuerda el caso de Ananías y Safira que engañaron a la primera comunidad de Jerusalén. Lo que ellos sufrieron en el cuerpo, lo sufrirá el monje en el alma si se deja llevar de algún fraude.
También quiere S. Benito que se vigile para que con la disculpa de mejorar la economía del monasterio, no se infiltre en los precios la avaricia. Esto no sólo sería un perjuicio espiritual para los monjes, sino también un escándalo para los seglares que tienen el derecho de encontrar en todo lo que respecta al monasterio, motivos para glorificar a Dios.
Y es que la avaricia es particularmente odiosa en un religioso que por profesión ha renunciado a los bienes de la tierra. Así se ve muy mal en los monjes la avaricia en la ganancia, las exigencias y amenazas respecto a los deudores, el recurso a los tribunales. Una de las normas que se propusieron en la reforma de La Trapa fue evitar los pleitos tan frecuentes en los monasterios cistercienses. Bajo este aspecto el mundo lleva la severidad hacia los monjes hasta los límites más desrazonables. Al menos no debemos de dar justos motivos de escándalo. Por eso para procurar la gloria de Dios en todas las cosas, incluso materiales, quiere S. Benito que lleguemos a ceder nuestros productos a más bajo precio que los demás.
Una de las cosas que más me llaman la atención en este capitulo es que el lema benedictino “para que en todo sea glorificado Dios” se encuentra precisamente en un capítulo de orden puramente material.
Hoy día resulta un tanto difícil la aplicación de esta norma benedictina de vender los productos más baratos que lo puedan hacer los seglares puesto que los productos monásticos son por lo general artesanales, que no pueden competir con los industriales.
Y no se trata de que tengamos la mentalidad de los sarabaíta que según cuenta el irónico S. Jerónimo,”como si fuera santo el oficio, no la vida, ponen mayor precio a lo que venden.”
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