431.- La mesa del abad.

publicado en: Capítulo LVI | 0

Los huéspedes y extranjeros comerán siempre en la mesa del abad.
56,1.
Tal como lo tiene ordenado en el capítulo de la hospitalidad (53), S. Benito manda al abad comer siempre con los huéspedes y peregrinos.
El deber de la hospitalidad era muy estimado entre los patriarcas y antiguos monjes, y S. Benito que quería caminar siempre tras sus huellas, no podía dejar de dar importancia  en su regla como lo dispuso ya en el cap. 38 y lo completa en el presente. Con espíritu de fe sabía que era nuestro Señor mismo el que se presentaba en el monasterio de una manera visible  en los peregrinos.
Separar al abad de los hermanos en un momento tan significativo para la vida de comunidad como es la refección cotidiana, constituye  el precio que  S. Benito consideró obligado a pagar a fin de que  el ejercicio de la hospitalidad no perturbara a la vida ordinaria de la comunidad.
Esto indica la importancia que S. Benito da a la hospitalidad. De esta forma, con una cocina aparte y con unos hermanos que sepan bien el oficio, queda asegurado un trato plenamente humanitario para con los huéspedes.  Y a la vez, la comunidad puede continuar sin impedimentos el ritmo de ayunos y horarios para su comida diaria, según los distintos tiempos del año. Pero las costumbres de la hospitalidad patriarcal están totalmente modificadas y hoy día estamos muy lejos del espíritu de fe que animaba a los cristianos en tiempos de S. Benito.
La sugerencia  del párrafo 2 nos resulta mucho más lejos del ambiente de los monasterios actuales. Cuando no hay huéspedes el abad puede invitar a algunos hermanos a comer con él. Pero tiene que dejar en la comunidad  algunos ancianos que mantengan el orden.
En el contexto actual, los huéspedes valoran más la comida frugal de los monjes que una comida más esmerada pero separados de la comunidad.
Podemos preguntarnos donde comía el abad y sus huéspedes, si en el refectorio común o en un lugar aparte. Algunos comentaristas afirman que era en el refectorio de la comunidad. Pero no se ve como esta  opinión puede compaginarse con la prescripción de dejar con los hermanos algunos ancianos que velen por el orden. Seria superfluo si el abad estuviese presente.
Por otra parte en el cap. 38  distingue netamente entre la mesa de los hermanos y la mesa del abad, lo cual hace pensar que la mesa del abad estaba situada en otro local.
Actualmente los monasterios benedictinos viven el espíritu de este capítulo poniendo a los huéspedes  con el abad en una mesa  distinta dentro del refectorio de la comunidad. Entre nosotros, como es bien sabido, está muy restringida la entrada de los huéspedes en el comedor monástico.

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