Considere también el abad la complexión más débil de los necesitados, pero no la mala voluntad de los envidiosos. 55,21.
Como hemos visto, una buena parte del cap. 55 está dedicado al vestido del monje. Pero en vano buscaríamos en él una “teología” del hábito monástico. Es un hecho sorprendente, pero en este tema S. Benito no sólo guarda silencio sobre la valoración mística del hábito, tan propia sobre todo de la tradición oriental, sino que se muestra indiferente al leguaje y mentalidad de la misma RM.
Simplemente establece que el vestido y calzado han de acomodarse a las condiciones y clima del lugar. Una norma de buen sentido domina toda la exposición, cuando dice que sean sencillos y suficientes. Y los monjes por su parte no tienen que hacer problema por el color o tosquedad de los mismos.
A través de unas normas prácticas se manifiesta la preocupación profunda de S. Benito: que los monjes se mantenga sencillos y pobres, libres en su interior de toda preocupación esclavizadora.
En el párrafo 11 recuerda el lenguaje contundente del cap. 33, diciendo que lo que excede a lo señalado, es superfluo y se debe suprimir.
A continuación habla del aderezo de la cama con el mismo criterio de sencillez y suficiencia. Bastará una estera, una colcha y una almohada. Y sigue persiguiendo con contundencia el vicio de la propiedad. Para nuestra sensibilidad resulta chocante el mandato que da al abad de que revise “con frecuencia” las camas por si encuentra escondido en ella algo que el monje se hubiera apropiado convirtiendo la cama, último reducto de escondite, donde los “propietarios” almacenaban los pequeños tesoros que sustraigan al uso común, convirtiéndolas en biblioteca o despensa. Y castigar duramente al que encontrare esclavo de vicio tan odioso.
No olvidemos que todas estas normas, hay que situarlas en el contexto humano y social como ya indiqué al tratar del código penal.
Para nosotros estas normas son una confirmación de la importancia que S. Benito da a la pobreza y a la comunidad de bienes. Y de todo esto responsabiliza de modo especial al abad, y para evitar motivos de fallos deberá proveer a los monjes de todo lo necesario. Y da una lista completa de los objetos de uso personal que el abad debe procurar a los monjes: cogulla, túnica, escarpines sandalias, ceñidor, cuchillo, estilete, aguja, pañuelo y tablilla (v.19)
Insiste finalmente en la distribución equitativa de las cosas, conforma a las necesidades de cada persona, como ya lo había indicado en el cap. 34 y basándose en Hechos 4,35:”se daba a cada uno según lo que necesitaba.” Y de aquí saca un nuevo consejo para el abad: “que considere las necesidades de los débiles, no la mala voluntad de los envidiosos”. La justicia como la caridad no consiste en dar a todos lo mismo, sino lo que cada uno realmente necesita.
Para nosotros este texto trae enseñanzas válidas, si bien no puede servir de base ni a favor de los partidarios del hábito monástico como signo de consagración, no a favor de los contrarios que destacan en él el aspecto de “uniforme” que no significa nada para los hombres de hoy, con todo la vigencia que pone en la sencillez, acomodándose a las circunstancias de tiempo y lugar, indican un camino de liberación interior, para que los monjes del siglo XXI, con hábito o sin hábito, aspiremos a una pureza de corazón que nos capacite para ver a Dios sin traba alguna, y para vivir en comunión con los otros.
El tratado de la propiedad en la RB constituido por los cap. 33 y 34 reciben en este 55 un complemento indispensable, que podría titularse: “responsabilidad del abad en la vida común”
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