Ha de darse a los hermanos la ropa y el calzado que corresponda a las condiciones y clima del lugar donde viven.
55,1.
En este cap. 55 precisa S. Benito lo estrictamente necesario para el monje, pero solamente hasta cierto punto, ya que S. Benito posee una experiencia, prudencia y sensatez demasiado desarrollada para imponer un vestido uniforme, un hábito religioso en el sentido moderno de la palabra que fuese válido y obligatorio en todas partes.
Distingue la diversidad de estaciones del año, la diversidad de lugares, las diferencias personales. Con unas normas generales, expresa su pensamiento sobre lo que le parece suficiente en climas templados. No le importa el color de las prendas. Lo que le importa es la pobreza o mejor aún, la simplicidad. Que el monje se contente con lo suficiente y se guarde moderación en todo.
En este capítulo es interesante distinguir las normas y sugerencias, entre lo que impone como principios válidos en todas apartes, y lo que simplemente aconseja.
En lo que se refiere al vestir, los principios son: primero que la indumentaria debe corresponder a las condiciones y clima del monasterio; en segundo lugar, lo que encuentren en la región que sea más barato; tercero que tener más prendas de vestir de las necesarias, es superfluo y ha de evitarse; al abad y sólo a él corresponde de velar para que los monjes vistan correctamente.
Hay otras normas menos importantes que encontramos a lo largo del capítulo: devolver las prendas viejas al recibir las nuevas, para no acumular ropa y poderla dar a los pobres; contentarse con dos túnicas y dos cogullas; usar mejor calidad en los viajes.
A la vez que exige sobriedad en la indumentaria se preocupa de la higiene y decoro de los hermanos. Y estos no tienen que hacer problema ni del color ni de la calidad.
Menciona las prendas que cree convenientes en un clima templado, pero ninguna de las prenda de vestir que menciona corresponden actualmente a las que están en uso en los monasterios, aunque algunos nombres sean iguales, su significado es distinto.
La túnica de lana era la pieza más importante e insustituible, todos los romanos la llevaban y desde el siglo III d.C. se había alargado hasta por debajo de las rodillas. Estaba provista de mangas y se vestía directamente sobre el cuerpo y no se llevaba nunca suelta, sino ceñida, ya que era indecoroso presentarse sin cinturón.
La cogulla era una capucha que cubría cabeza y parte de los hombros. La que hace referencia la RB era probablemente un manto semicircular cerrado, bastante largo, provisto de una capucha y que se quitaban para trabajar, sustituyéndola por el escapulario.
El escapulario es la prenda más discutida. Podría tratarse de una cogulla más corta que cubría solamente las espaldas para dejar más libre para el trabajo.
En cuanto al calzado que Iñaki traduce por “escarpines y zapatos” tampoco están los eruditos de acuerdo en qué consistía.
Pero no tenemos que perdernos en disquisiciones arqueológicas de poca monta. Lo cierto es que S. Benito deja mucha libertad por lo que se refiere a la calidad, al color y al corte de los vestidos.
También parece seguro que ninguna de las prendas citadas pertenecía exclusivamente a la manera de vestir de los monjes. La vestimenta monástica no se distinguía esencialmente de la de las clases más humildes de la sociedad.
Resulta curioso que S. Benito no hable jamás del hábito monástico, ni siquiera en el momento de la profesión, sobre todo teniendo en cuenta que tanto Casiano como el Maestro tratan largamente de él. Exaltan su valor religioso y como signo distintivo del monje. Esto denota que por lo menos no le daba la importancia que le daban otros autores. S. Benito no menciona más signo de pertenencia al estado monástico que la tonsura.
Deja una respuesta