Una vez comentado el texto de la RB En su interpretación tradicional, vamos a reflexionar desde algunos otros puntos de vista que no estuvieron presentes en la mente de S. Benito cuando lo escribió, pero que ha desarrollado posteriormente la teología de la vida religiosa, sobre todo en estos últimos cuarenta años. Así podremos ver el texto benedictino iluminado con estos nuevos enfoques.
En primer lugar veamos el fundamento antropológico de la obediencia. ¿Se pueden buscar fundamentos antropológicos de la obediencia religiosa?
Sólo desde la fe puede verse la obediencia religiosa, pero la reflexión filosófica ayuda a aquilatar la idea de obediencia.
Uno de los rasgos distintivos de nuestra cultura es el culto a la libertad personal. La libertad se entiende sobre todo como independencia, como ausencia de coacción externa, física o social, como capacidad de autodeterminación.
La libertad personal es un derecho fundamental irrenunciable, que se traduce en la exigencia de autonomía moral. Desde Kant a finales del siglo XVIII, sobre todo en la Ilustración, hasta nuestros días hicieron de la autonomía uno de los rasgos distintivos de la experiencia moral. Idea que se ha adoptado casi de modo universal y se ha entendido como la capacidad moral del sujeto para autodeterminarse, es decir adoptar por si mismo sus propias normas de comportamiento, su propio universo de valores.
En este clima se ha extendido con facilidad la idea de que el carácter autónomo de la ética, se opone al carácter heterónomo de la religión.
Mientras desde la ética se elige por si mismo sus principios prácticos, su universo de valores, su proyecto de felicidad, en el ámbito religioso se daría una situación inversa. El hombre se somete a un poder superior y exterior a él mismo, lo que supone una renuncia más o menos explícita a su propia libertad, a su capacidad de autodeterminarse, de su autonomía. Y una expresión clara de esta heteronomía, seria el voto religioso de obediencia por el que el individuo renuncia a su propia voluntad para hacer aquello que le dicen otros, en nombre de Dios.
Con esta mentalidad tan extendida en nuestra cultura, es difícil encontrar los fundamentos antropológicos de la obediencia religiosa
Por ello algunos consideran la obediecia religiosa como una actitud fideista, irracional y heterónoma, irreconciliable con la autonomía moral que caracteriza la cultura secular de nuestro tiempo.
La actitud fideista de algunos como Tertuliano, la dejamos de lado siguiendo la corriente clara del cristianismo desde sus orígenes y que encontramos en toda su historia (S. Agustín, S Anselmo, Sto. Tomas, S. Nicolás de Cusa, la escuela de Salamanca), hasta nuestros días.
Según esta posición la razón y la fe no son actitudes contrarias entre sí, de modo que el adoptar una de ellas suponga renunciar a la otra.
La fe tiene fundamentos racionales, por más que los contenidos revelados superan las posibilidades de demostración racional. La razón por su parte, sería el modo humano de estar en el mundo, que es un modo esencialmente abierto y por lo tanto abierto también a la revelación religiosa.
Nuestro tiempo y cultura rinde culto a la libertad. Y es que la libertad es algo irrenunciable. Es un atributo irrenunciable del ser humano, fundamento de su dignidad. Renunciar a la libertad sería negarse a si mismo, renuncia a su propia relación humana. En algunos ambientes, principalmente eclesiales se ha puesto mala cara a la libertad humana, no se acepta o de mala gana el riesgo de la libertad.
Pero hay que matizar la esencia de la libertad humana. Y sin reticencia, pues es irrenunciable, señalar sus límites reales y los cauces de su desarrollo para bien del hombre. Solo así se puede demostrar que la obediencia no es una actitud que niegue la libertad y la autonomía humana, por el contrario la supone necesariamente, porque de hecho, solo un ser libre está sometido a deberes y solo él es capaz de obedecer.
Pero al hablar de la libertad del hombre, es preciso hacer algunas matizaciones o distinciones.
Libertad ontológica. Consiste en que el hombre no está condenado a una sola forma de ser como ocurre en el reino animal, sino abierto a muchas otras formas de ser.
La libertad ontológica, o apertura estructural a muchos posibles modos de ser abre el camino a la libertad sicológica. Es la libertad en sentido estricto. Es la característica esencial de la voluntad por la que el hombre es capaz de hacer reales situaciones anteriormente no existentes y que previamente se han presentado como posibles.
Y la libertad moral, en la que el hombre no la tiene originalmente, pero que puede adquirir. Consiste en que el hombre pueda actuar libremente, no solo sobre su entorno, sino también sobre sí mismo, modificando hasta cierto punto sus inclinaciones, sus deseos e incluso sus motivaciones, renunciado a ellas en aras de metas más elevadas.
Por medio de la educación el ejercicio y el ascetismo, puede el hombre dominar sus inclinaciones espontáneas y modelar así su propia alma. En esta línea se sitúa el esfuerzo o la virtud. De este modo puede liberarse hasta cierto punto de algunos mecanismos naturales y elevar su mirada más allá de sí mismo.
La libertad humana es real, pero finita. Por ser real, presenta determinadas cualidades positivas o negativas, que le invita a querer o no querer, ofreciéndole motivos para querer. Este es el momento decisivo en la comprensión de la libertad humana.
El hombre para poder querer, es decir para realizar un acto efectivo de voluntad, necesita apoyarse en motivos para querer. Estos motivos le ofrecen los valores que esos posibles objetos, presentan. Es la voluntad la que determina desde sí misma la volición. Por ello, no puede determinarse, si no dispone de motivos, que no fuerzan la decisión, pero que ofrecen la base en que apoyarse para querer.
Los motivos pueden ser subjetivos (un deseo, una inclinación, una necesidad) u objetivos (la bondad intrínseca de lo querido, la justicia, el amor) pero su referente necesario siempre es el valor objetivo (hedónico, vital, estético o religioso) que la situación querida presenta en sí misma.
El mundo moderno ha hecho un esfuerzo de liberación consistente en la progresiva racionalización de la naturaleza y de la sociedad. Pero ha puesto tanto el acento en valores de liberación de coacciones externas naturales y sociales, que ha subrayado principalmente el aspecto negativo de la libertad como indeterminación y ha tendido a olvidar su aspecto positivo, como capacidad de autodeterminación, y su aspecto moral como auto superación motivada por valores superiores.
Por esto ha tendido a considerar todo lo referente al objetivo de su libertad, el orden jerárquico de los valores, las exigencias morales incluidos los mandamientos divinos, no como posibilidades de autorrealización en la línea de la virtud, sino como puras coacciones de la libertad negativa.
Las afirmaciones positivas del mundo moderno se han hecho muchas veces a costa de negaciones de la libertad moral y de algunos olvidos. Uno de estos es que el esfuerzo por la libertad no empezó en el mundo moderno, sino que este es deudor de un esfuerzo secular, sin el cual la modernidad no habría sido posible. Ya en Grecia, el poderoso desarrollo de la razón frente a la realidad mítica es un paso decisivo en esta dirección, y sobre todo el cristianismo con su concepción personalista del hombre y de Dios, su comprensión del mundo bueno en su integridad, creado por Dios de la nada y que le vacía de dioses, para hacer de él el lugar del hombre, imagen de su creador.
La sustantivación de la libertad humana en el horizonte bíblico se refleja en la concepción del mal como pecado, como algo esencialmente ligado a la responsabilidad humana y no al destino ciego. El cristianismo inaugura una visión abierta del mundo y del tiempo que ya no será un retorno de los ciclos naturales y del destino inexorable.
El hombre abierto a la obediencia. El ser humano es estructuralmente racional y libre y por eso es autónomo. Es racional, capaz de ver y comprender por si mismo. Como libre, capaz de tomar decisiones y autodeterminarse. Una y otra cosa aunque sean limitadas y falibles, no le quita nada de su realidad.
Comprender la motivación de una acción libre es comprender su “porqué” su racionalidad interna. Los valores implicados en determinadas cosas, situaciones, etc. son los que nos motivan a quererlas. O sea que nos ofrecen razones para quererlas o rechazarlas. Si no hubiera valores y cosas valiosas, nuestra voluntad permanecería inerte ante el mundo, en estado de total abulia, incapaz de desear ni querer nada. Y gracias a que los hay, nuestra vida práctica está dotada de sentido.
Como se ve, la autonomía moral, rectamente entendida no se compagina con el subjetivismo. Como la razón no crea la verdad, sino que la descubre, la libertad no crea el valor, sino que lo descubre y se apoya en él para tomar decisiones.
En la misma racionalidad humana, teórica y práctica, descubrimos ya una actitud obediencial. La exigencia de plegarse a la verdad y al valor.
Existe por tanto una obediencia que podemos llamar natural, que consiste en la apertura de espíritu a la verdad y al valor. La misma palabra obediencia en su etimología, indica esta apertura racional ligada a la escucha.
¿Es suficiente esta base antropológica para explicar la obediencia religiosa? Aunque la razón y la fe no se contradicen, tampoco se reducen la una a la otra. En la obediencia religiosa, con la que el consagrado trata de cumplir la voluntad de Dios obedeciendo a los hombres, existe un “plus” que trasciende la sumisión a la bondad y al valor. No se puede explicar la obediencia religiosa, sin la experiencia de encuentro personal con la fuente de la verdad y el valor, con el Dios que se ha encarnado en Jesucristo.
La mediación humana de la obediencia religiosa se funda en la experiencia del Dios hecho hombre, en la fe, en la que la humanidad de Cristo es la visibilidad humana de Dios.
Vale aquí la idea de la autonomía mediada, pero con la salvedad de que la mediación no procede de solo del gran prestigio y autoridad moral de la persona que ejerce la autoridad, sino de la fe en la encarnación del Verbo que prolonga su presencia en la Iglesia por el Espíritu Santo. Algo que solo en fe se puede aceptar.
La obediencia religiosa asumida por una persona autónoma y verdaderamente libre, puede ayudar a sanar el moderno subjetivismo en la comprensión de la libertad y manifestar proféticamente que la verdadera libertad se realiza en la apertura, la escucha y la acogida de las exigencias de la verdad y del bien. No es posible el capricho que se somete al dictado de sus inclinaciones, sino el que poseyéndose a sí mismo, es capaz de hacerse disponible para empresas y valores más grandes que la propia vida.
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