El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se hará ni guardará ninguna otra cosa. 52,1.
Tras el brevísimo capítulo comentado ayer sobre los hermanos que no salen muy lejos, S. Benito vuelve en este capítulo 52 a un tema muy relacionado con la obra de Dios: el oratorio del monasterio.
Entre todas las estancias que forman la casa de Dios, el monasterio, sobresale el oratorio como ámbito sagrado por antonomasia donde la presencia divina se hace sentir en el espíritu del creyente de un modo especial.
S. Benito quiere resaltar en esta página su importancia e invita a los monjes a portarse consecuentemente.
Era bastante normal el que los monjes antiguos trabajaban manualmente en sus synaxis de oración mientras escuchaban la salmodia del solista o la lectura de los libros sagrados. Así sucedía en los monasterios coptos del terrible abad Shenute y probablemente también en las koinonias de S. Pacomio. Las monjas para las que legisló S. Cesáreo de Arles, debían ocuparse en alguna labor durante las largas vigilias y así evitar el sueño. Y tanto S. Aurelinao como la anónima regla Tarnatensis imponen esta misma obligación a los monjes, excepto los domingos en los que no estaba permitido trabajar.
En este contexto histórico se entiende que S. Benito comience este capítulo 52 con una frase concisa y enérgica: “Sea el oratorio lo que indica su nombre” es decir un lugar de oración y “no se haga en él cosa alguna ajena a la oración”. Una vez más la RB se muestra cuidadosa de lógica, orden y autenticidad, de modo que las cosas correspondan a su nombre y que cada cosa sirva para lo que ha sido hecha.
S. Agustín ya había ordenado en su Regla que en el oratorio nadie hiciese otra cosa, sino orar, como lo indica su nombre. Bien sea oración en comunidad, bien se trate de la oración individual cuando el monje siente la necesitada de comunicarse con el Señor.
Es claro que la RB siente la necesidad de ambientes y lugares adecuados que por su significación favorezcan sicológica y espiritualmente a los hermanos para introducirse en las actitudes fundamentales de la oración. No se trata de sacralizar de un modo restrictivo los lugares determinados, ya que en el cap. 19 dijo que “la fe nos dice que Dios está presente en todas partes”. Pero quiere que se encuentre un ambiente que ayude a los monjes a constituirse en asamblea de oración y alabanza ante el misterio de Dios.
El oratorio es por tanto el lugar habitual de la celebración de la obra de Dios según se desprende del párrafo 2 en el que dice que una vez terminada la obra de Dios saldrán todos en sumo silencio y gardarán la reverencia debida a Dios.
Vemos como los maestros de yoga prescriben un conjunto de posturas y lugares básicos para disponer el alma a lo trascendente. Los maestros de meditación también prescriben tiempos, lugares y mandras para centrar el alma. Por lo que se ve que en todas las tradiciones religiosas no se trata de separar lo sagrado de lo secular, sino de ser conscientes de que lo sagrado está en lo secular. Dicho de otro modo disponernos de tal modo que se pueda abrir nuestra alma a lo sagrado en lo secular.
Por esto S. Benito quiere que en el oratorio estemos con quietud y consciencia, con la debida compostura, sumidos en la atención a Dios, reposando en sus brazos.
Este modo que quiere Benito encontrar en el que está en el oratorio contrasta con el modo y posturas de algunos que actualmente con una taza de café en la mano y escuchado los salmos con las piernas cruzadas y los brazos extendidos en el respaldo del banco. Evitan la iglesia porque Dios está en todas partes, lo cual es verdad hasta cierto punto.
Pero la espiritualidad benedictina dice que para conocer a Dios en el tiempo y en el espacio, debemos tratar de encontrarle en un tiempo y un espacio que nos permiten entrar en comunicación con mayor facilidad.
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