423.- El oratorio del monasterio.

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El oratorio será siempre lo que su mismo nombre significa y en él no se hará ni guardará ninguna otra cosa. 52,1.

Tras el brevísimo capítulo  comentado ayer sobre los hermanos que  no salen muy lejos, S. Benito vuelve  en este capítulo 52 a un tema muy relacionado con la obra de Dios: el oratorio del monasterio.
Entre todas las estancias que forman la casa de Dios, el monasterio, sobresale el oratorio como ámbito sagrado por antonomasia donde la presencia divina se hace sentir  en el espíritu del creyente de un modo especial.
S. Benito  quiere resaltar en esta página su  importancia e invita a los monjes a portarse consecuentemente.
Era bastante normal el que los monjes antiguos trabajaban  manualmente en sus synaxis de oración mientras escuchaban la salmodia del solista o la lectura  de los libros sagrados. Así sucedía en los monasterios coptos del terrible abad Shenute y probablemente también en las koinonias de  S. Pacomio. Las monjas para las que legisló S. Cesáreo de Arles, debían ocuparse en alguna labor durante las largas vigilias y así  evitar el sueño. Y tanto S. Aurelinao como la anónima regla  Tarnatensis imponen  esta misma obligación a los monjes, excepto los domingos en los que no estaba permitido trabajar.
En este contexto histórico se entiende  que S. Benito comience este capítulo  52 con una frase concisa y enérgica: “Sea el oratorio lo que indica su nombre” es decir un lugar  de oración y “no se haga en él cosa alguna  ajena a la oración”. Una vez más la RB se muestra cuidadosa de lógica, orden y autenticidad, de modo que las cosas correspondan a su nombre y que cada cosa sirva para lo que ha sido hecha.
S. Agustín ya había ordenado en su Regla que en el oratorio nadie hiciese otra cosa, sino orar, como lo indica su nombre. Bien sea oración en comunidad, bien se trate de la oración individual cuando el monje siente la necesitada de comunicarse con el Señor.
                 Es claro que la RB siente la necesidad de ambientes y lugares  adecuados que por su significación favorezcan sicológica y espiritualmente a los hermanos para  introducirse en las actitudes fundamentales de la oración. No se trata de sacralizar de un modo restrictivo los lugares determinados, ya que en el cap. 19 dijo que “la fe nos dice  que Dios está presente en todas partes”. Pero quiere que se encuentre un ambiente que ayude a los monjes a constituirse en asamblea de oración y alabanza ante el misterio de Dios.
              El oratorio es  por tanto el lugar habitual de la celebración de la obra de Dios según se desprende del párrafo 2 en el que dice que una vez terminada  la obra de Dios saldrán todos en sumo silencio y gardarán la reverencia debida a Dios.
Vemos como los maestros de yoga prescriben un conjunto  de posturas y lugares básicos  para disponer el alma a lo trascendente. Los maestros de meditación también prescriben tiempos, lugares y mandras para centrar el alma. Por lo que se ve que en todas las tradiciones religiosas no se trata de separar lo sagrado de lo secular, sino de ser conscientes de que lo sagrado está en lo secular. Dicho de otro modo disponernos de tal modo que se pueda abrir nuestra alma a lo sagrado en lo secular.
Por esto S. Benito quiere que en el oratorio estemos con quietud y consciencia, con la debida compostura, sumidos en la atención a Dios, reposando en sus brazos.
Este modo que quiere Benito encontrar en el que está en el oratorio contrasta con  el modo y posturas de algunos que actualmente con una taza de café en la mano y escuchado los salmos con las piernas cruzadas  y los brazos extendidos en el respaldo del banco. Evitan la iglesia porque Dios está en todas partes, lo cual es verdad hasta cierto punto.
Pero la espiritualidad benedictina dice que para conocer a Dios en el tiempo y en el espacio, debemos tratar de encontrarle en un tiempo y un espacio que nos permiten entrar en comunicación con mayor facilidad.

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