241.-Prontitud en la obediencia.

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 Y desocupando sus manos, dejan sin acabar lo que estaban haciendo por caminar  con las obras tras la voz del que manda, con pasos tan ágiles  como su obediencia. Y como en un momento, con la rapidez que imprime el temor de Dios, hacen coincidir ambas cosas a la vez, el mandato del maestro y la  total ejecución por parte del discípulo. Es que les consume en anhelo  de caminar hacia la vida eterna. (5,9-10)

San Benito expresa en términos claros la manera de obedecer   a la voluntad divina por parte del monje que aspira  gozoso  a unir su voluntad a la de Cristo y anhela la vida eterna.
Mejor que un comentario a este texto, es  desgranarle con atención.
Desocupándose  de todo. Las manos que están ocupadas, al mandato de la obediencia, al sonido de la campana, lo dejan todo. No terminan la cosa comenzada. Según las crónicas monásticas, no terminan la letra comenzada, y después la encuentran terminada en oro. (Copistas) Convertidas en perlas las migas recogidas en la mano sin tiempo para iterarlas por haber dado la señal de las gracias de la comida, o acudían al coro a medio afeitar. (El ser leyendas no dejan de expresar la  mentalidad de los que las escribieron)

Al mismo tiempo se levanta el pie para marchar a la voz de la obediencia,”vicino obediente  pede” que  Iñaki traduce con pasos tan ágiles  para seguir muy de cerca al que manda. La prontitud es lo que quiere resaltar de tal modo que el mandato por una parte y su ejecución por otra, se realizan en un solo instante. “Como en un momento” precisa S. Benito. Así estas dos acciones están  siempre juntas.

La ejecución inmediata de la voluntad divina, por costosa que sea  no basta. Es preciso que la orden sea ejecutada con perfección,  o sea tal como lo quiere el Señor, según el mandato recibido.
El que indique S. Benito que hay que hacerla con prontitud, no quita que hay que hacerla bien. Perfectamente, dice S. Benito. S. Ignacio decía a un hermano:” ¿Para quién barréis hermano mío? Para Dios, mi Rdo. Padre. A lo que contestó. Si así trabajáis para Dios, mereceis una buena  penitencia,  porque no es así como se sirve a tan gran Señor.
El que tiene  la verdadera  obediencia, es decir el que ve a Dios en las órdenes que recibe y en las obligaciones propias de su cargo, pone tanto cuidado  en  las cosas más insignificantes  como en los actos más importantes, ya que tanto lo pequeño como lo grande lo considera voluntad de Dios. Nuestro Señor salvaba al mundo tanto en la cruz, como haciendo las cosas más pequeñas en Nazaret. Su vida fue hacer la voluntad del Padre, y así redimir a la humanidad del pecado.
El cumplir las órdenes con cuidado, no quiere decir que se obre con lentitud y somnolencia. S. Benito  quiere una santa agilidad en la ejecución de la divina voluntad. El mismo motivo que nos lleva a hacer bien las cosas mandadas, nos lleva a hacerlas con amoroso ardor, ya que es a Dios  a quien  servimos y él será un día nuestra recompensa. La fe, la esperanza y el amor son tres aguijones que nos estimulan  continuamente y nos hace correr  por el camino de la obediencia.
En el Prólogo ya había dejado constancia que “al progresar en la vida monástica y en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el alma por el camino de los mandamientos de Dios”
Ver a Dios en la obediencia, es el secreto de la ejecución inmediata, de la ejecución perfecta, de la ejecución ardiente y amorosa, que quiere S. Benito sean las características de  la obediencia de sus hijos.

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