Los que tiene esta disposición, prescinden al punto de sus interese particulares…renuncian a su propia voluntad. (5,7)
Aquí podemos ver cómo S. Benito presenta lo que se suele llamar la obediencia de juicio.
Todo acto de obediencia debe ser antes que nada un acto humano. De lo contrario no tendría ni mérito ni castigo. Tienen que intervenir en este acto necesariamente la inteligencia y la voluntad del que obedece. Y tendrá que intervenir también como motivación última la fe y el amor a Cristo si se trata de obediencia cristiana. Por tanto nunca puede reducirse al cumplimiento material de lo mandado.
La verdadera obediencia ¿supone siempre el rendimiento del propio juicio? “Renuncia a su propia voluntad” dice S. Benito. A esta pregunta hay que responder correctamente para evitar inútiles angustias de conciencia y situar la obediencia dentro del ámbito que le corresponde.
Tenemos que distinguir entre juicio especulativo y juicio práctico. El juicio especulativo no es preciso siempre someterlo. Podemos seguir pensando que aquello que se nos ha mandado, no es lo mejor, o no es en abstracto la verdad.
La obediencia no se plantea en el orden especulativo, sino en el práctico. No en el orden de las ideas (Salvo cuando la Iglesia, única maestra infalible, nos propone la verdad). La obediencia está en el orden de los hechos y de las acciones.
La obediencia no obliga a pensar como el superior o a ver las cosas como las ve sino a hacer como él manda.
Siempre habrá que someter el juicio práctico cuando haya un verdadero mandato. Ya hemos dicho que no basta con el cumplimiento material de lo mandado. Para que haya obediencia cristiana, religiosa, hay que someter el juicio práctico, pensando y creyendo en fe viva, que visto todo, y dadas las circunstancias concretas, esto es en concreto lo que Dios quiere.
La obediencia no exige que veamos las cosas como no son. Pide que el monje, llegado el caso, se sitúe en el plano de la fe y sepa hacer el sacrificio de su propio juicio, aunque sea acertado y recto. Pensando sencillamente que la obediencia no se le plantea en el orden especulativo, sino en el práctico.
Manifestar a los superiores las dificultades que se encuentran para realizar lo que han ordenado, o exponerles la propia opinión incluso contraria a lo que ellos han dispuesto, no es falta de espíritu religioso, ni falta de verdadera obediencia, mientras se haga con el respeto y con la disposición interna de hacer lo que manden.
Por el hecho de que una orden dada aparezca objetivamente menos buena y de aquí concluir que es ilegítima y contraria a la conciencia, significa desconocer de manera poco real la oscuridad y la ambigüedad de no pocas realidades humanas.
“Además, rehusar la obediencia lleva consigo a veces, un daño grave para el bien común. Un religioso no puede admitir fácilmente que haya contradicción entre el juicio de su conciencia y el de su superior. Esta situación excepcional comporta alguna vez un auténtico sufrimiento interior, según el ejemplo del Cristo mismo, que aprendió mediante el sufrimiento lo que significa la obediencia.” (ET 28)
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