O por temor del infierno, o por deseo de la vía eterna en la gloria, son incapaces de diferir la realización inmediata de una orden. (5,3)
Hemos visto en días anteriores como S. Benito señala como el amor a Cristo, como el primero y principal motivo de la pronta obediencia. A continuación indicaba como motivo de la obediencia, el servicio santo que libremente hemos abrazado. Pero la RB enumera otras razones menos elevadas pero también válidas: el temor del infierno y el deseo del Cielo.
Son dos instrumentos que ya consideramos en el capítulo 4. Aquí la RB los utiliza como medios para llevar al monje a una obediencia pronta.
Los Ángeles malos, creados para la felicidad eterna, por una desobediencia hacen que el infierno sea la mansión de todos los desobedientes. El pecado conoce al infierno por ser una desobediencia y toda desobediencia grave a la voluntad divina conduce al infierno.
Por ello nuestro Padre presenta el temor al infierno como un remedio poderoso para la pronta obediencia e incluso las pequeñas insubordinaciones pueden ser evitadas con este recuerdo, pues como la pendiente es suave y el terreno resbaladizo, se puede ir más lejos de lo que se pensaba, y se puede terminar en los más graves excesos. La historia está llena de estos casos, religiosos cuya muerte nada tiene de envidiable. Cierto que no sabemos como se conjugará la infinita misericordia, con la también infinita justicia. Pero pueden servir para escarmentar en cabeza ajena.
Quizá este motivo de santo temor de Dios, hoy día no tenga tanta fuerza como en tiempos pasados.
El deseo o la esperanza de la gloria pueden también ayudar a abrazarse con una pronta obediencia, aún en momentos difíciles. La gracia está siempre unida a la voluntad de Dios. Cuando abrazamos completamente su voluntad, tenemos con nosotros la fuerza de Dios y siempre se saldrá victorioso, según la promesa del Espíritu Santo: “el varón obediente cantará victorias”.
Las gracias de Dios se multiplican con los actos de obediencia y cuando se presenta la tentación presentando como imposible alguna determinada situación, podremos contestar con S. Pablo: “todo lo puedo en Aquel que me conforta”.
La base de la santidad es la humildad, pero como ya hemos comentado, la obediencia es la expresión de la humildad. La santidad es la unión con Dios por la caridad, y la obediencia es también la expresión de la caridad.
S. Benito nos anima a mirar a la gloria. No es una gloria como la del mundo, vano humo. Es una gloria sustancial, viviente, pues no es otra cosa que la vida de Dios que nos será comunicada y que irradiaremos, eterna, que no se menguará ni se acabará. Todo un misterio.
Jesús el rey de la gloria, se hizo obediente hasta ala muerte y muerte de cruz. Por eso recibió un nombre sobre todo nombre. El obediente participara de esa gloria. Cuanto más participe en su cáliz de obediencia, más participará de su gloria.
La finalidad suprema del hombre consiste en glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre. Glorificar a Dios significa amarle por ser él quien es y disfrutar de Dios como El es en sí mismo. Esta idea del disfrute de Dios en la glorificación de Dios procede de S. Agustín. Los pecadores utilizan a Dios para disfrutar del mundo, pero los creyentes utilizan el mundo para disfrutar de Dios. Por consiguiente glorificar a Dios significa gozarse de la existencia de Dios y de la propia existencia y expresar este gozo en acciones de gracias y en alabanza.
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