66 .Vivir la cuaresma

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 Por eso en estos días impongámonos alguna cosa más a la tarea normal de nuestra servidumbre: oraciones especiales, abstinencia  en la comida y la bebida, de modo que cada uno según su propia voluntad ofrezca a Dios con gozo del Espíritu Santo, algo por encima de la norma que se halla impuesto, es decir  que prive a su cuerpo de algo de la comida de la bebida, del sueño, de las conversaciones y bromas y espere la santa Pascua con gozo de un anhelo espiritual. (49,5-7)

Hasta aquí nos hemos mantenido más o menos en el ámbito de la teoría. Es preciso descender a la práctica. “Ergo”, por tanto, de los principios enunciados, se sacan dos consecuencias: hay un “pensus servitutis” una tarea establecida, unas  prestaciones normales en el servicio de Cristo, que es la vida monástica.
 Durante la cuaresma añadamos algo a la tarea ordinaria: oraciones privadas, abstinencia de comida y bebida. Es decir un elemento espiritual positivo y otro corporal negativo, más especificado que en la lista anterior: privarse de comida y bebida.
Mas adelante, en la tercera lista solo tratará de la abstinencia. Ante todo cercenar algo en el comer y beber, como en el anterior, pero también privarse de sueño, de conversaciones, de chocarrerías, de chanzas.
Esto nos puede sorprender, ¿No  había desterrado la RB para siempre y de modo absoluto las chocarrerías al tratar del silencio?  La sentencia condenatoria no pudo ser más solemne: “las condenamos a eterna clausura, en todos los lugares (6,8) ¿Cómo reaparece ahora y no reprochándolas de nuevo, sino para sugerir que se repriman  algo “aliquid” durante la cuaresma?
Una cosa es la teoría y otra la práctica. La vida hubo de enseñar a S. Benito siempre grave  y circunspecto, pero también muy humano que existían tipos naturalmente tan graciosos que privarles absolutamente de hacer chistes, casi equivaldría  privarles de respirar. ¿Serían sus donaires razón para excluirlos de la vida monástica? Basta que se moderen un poco por lo menos en cuaresma.
Entre las dos listas, inserta la regla una observación de gran interés. Las practicas cuaresmales, no son impuestas obligatoriamente a todos los monjes por la  autoridad de la misma regla o del abad, sino siempre sugerencias que deja a elección de cada cual.
A diferencia de la RM que se prescriben oraciones y abstinencias  comunitarias, la RB ignora totalmente un programa preciso y obligatorio  para la comunidad entera. Se trata de obras de superoración que cada cual ofrecerá a Dios voluntariamente, “propia voluntate” y con gozo del Espíritu Santo.  Esto quiere decir que las prácticas cuaresmales no revisten según la RB un carácter tenso, penoso y triste, sino ágil y gozoso.  No son un peso suplementario impuesto pro la ley, sino de  generosidad de cada uno de los monjes, libremente quieren dar al Señor en compensación de sus negligencias y deficiencias que  lamenta profundamente.
Es de notar  la iniciativa que S. Benito permite a cada uno y la mención expresa de la propia voluntad, tan estigmatizada en otros pasajes de la regla.
De este modo la cuaresma se inunda ya de la luz y alegría pascual. En definitiva, todas las penitencias no son más que una preparación  para el gran día, la solemnidad de las solemnidades, la Pascua.
S. Benito lo subraya al indicar que cada uno de los monjes que se mortifica  voluntariamente y con gozo del Espíritu Santo, que espere la santa Pascua con el  gozo de un anhelo espiritual. Es esa esperanza que le lanza hacia el gozo de un Señor resucitado, lo que comunica a la cuaresma del monje tanta luz y tanto alborozo.
Podemos precisar que este modo de afrontar las penitencias que lleva consigo la vida común  y la regla, no es solo propio de la cuaresma, sino de todo el año. Incluso no es necesario que sean espontáneas. Pueden ser impuestas por la obediencia o la regla, pero es necesario que sean aceptadas por la voluntad, porque practicar la observancia a la fuerza,  porque no hay más remedio, o practicarlas  por respetos humanos, para no atraerse el desprecio, o por pura rutina, no es hacer verdadera penitencia, ni es agradable a Dios este  proceder, porque la penitencia está en el corazón y la voluntad.  No son nada si no son ofrecidas por la voluntad.
Así se podrá experimentar ese gozo que nace del Espíritu Santo, de la configuración con Cristo. Dios ama este gozo, porque es la manifestación y medida de nuestro amor. No puede agradar a Dios el que sufre a pesar suyo, las austeridades de la regla, que arrastra su cruz y se  descarga todo lo que puede y busca excepciones a poco que haga.
Para ser gozosa, la penitencia tiene que estar acompañada de una intención pura y para alcanzar esta intención pura, S. Benito nos señala dos defectos que tenemos que evitar: la presunción y la vanagloria.
Este capitulo de la cuaresma depende en gran manera, tanto  en las ideas  como en el vocabulario, de los sermones cuaresmales de S. León Magno. Es tan grande este influencia que se puede afirmar que su contextura esta calcada  en la predicación de tan gran papa.
Pese a las analogías, perece que Benito no tenía  a la vista el texto  de S. León al redactar este capítulo, simplemente estaba  tan impregnado de la doctrina cuaresmal del Papa, y había asimilado sus ideas y vocabulario, que le salían espontáneamente, aunque alguna vez no las explicase en el mismo sentido.

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