420.-El trabajo en domingos y para enfermos.

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Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. Pero para el que sea tan negligente y perezoso o que no pueda o no quiera dedicarse  a la meditatio o a la lectura, se le asignará alguna labor  para que no esté desocupado. A los enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo que ni estén ociosos ni el esfuerzo los agote. El abad tendrá en cuanta su debilidad. 48,23-25

Dos casos especiales son tratados al final del capítulo sobre el trabajo. Ambos se refieren tanto a la lectio como al trabajo. Son el domingos y los hermanos enfermos o enfermizos.
El domingo, día del Señor, debe dedicarse enteramente al Señor. Tal era la tradición de los cenobitas de Egipto según testimonio de S. Jerónimo: “Los domingos se consagra exclusivamente a la oración y a la lectura”.  La RB adopta plenamente esta práctica, pero menciona además el ejercicio de la “meditatio” relacionado tanto con la oración como con la lectura. Pero no da ninguna explicación en qué consistía, lo cual demuestra que era un ejercicio conocido por todos.
Esto se debe a que el principio  con el que se inició este capítulo: “la ociosidad es enemiga del alma” tiene también en estos casos plena aplicación.
Vemos como S. Benito valora el domingo, por los párrafos  que en este capitulo del trabajo, se ocupa de él.
Así como la Pascua es el centro de la organización de los elementos esenciales de oración, trabajo y lectura, el día del Señor es el eje en torno al cual se organiza la vida semanal del monasterio, como que ya hemos podido constatar en la organización del Oficio Divino y en los servicios que los monjes se prestan mutuamente.
En este capítulo quiere S. Benito señalar más la consagración total  y exclusiva del domingo al Señor resucitado. “En el domingo que se dediquen todos a la lectura”, dice terminantemente.
Este principio tiene que ayudarnos a recapacitar sobre el sentido auténtico del domingo, tan necesario para los monjes de hoy, sobre todo en aquellos monasterios que están sobrecargados con un ritmo de trabajos.
Los monjes, que a diferencia de muchos contemporáneos nuestros tenemos la suerte de no caer  en la servidumbre de los fines de semana vividos  gran parte en el volante de un coche, debemos estar atentos para dar un carácter festivo y sereno a la conmemoración semanal de la Pascua de Cristo.
Juntamente con un contacto más prolongado con la naturaleza en el jardín, dedicar las mejores horas del día a la escucha de Dios y a la contemplación gozosa de las maravillas del Señor, con un corazón esponjoso y sin prisas.
 Sería una pérdida espiritual dedicar tiempo a curiosidades bien leyendo la prensa, bien con lecturas frívolas. Y a mi juicio estaría completamente fuera de la mentalidad  monástica  el acceso libre a la TV como he oído se ha hecho en algún monasterio, precisamente en este día que los programas son por lo general más frívolos.
Pero en el domingo también tiene plena vigencia el principio  con el que comienza este capítulo:”la ociosidad es enemiga del alma”. Se puede dar el caso de que algún monje no pueda o no quiera entregarse  a la meditatio o a la lectura, pues hasta este punto puede llegar la negligencia y pereza, dos facetas de la acedia, que según  ya dije en otra ocasión, era muy temida por los  monjes. Por eso S. Benito quiere que a estos monjes se les dé algún trabajo en domingo, para que no estén ociosos. Pues de ninguna manera es propio del hijo de S. Benito estar como flotando en un vació ocioso. Incluso a los enfermos y débiles se les debe dar tareas sencillas, para que así edifiquen la casa de Dios.
Bien sabe Benito que por enfermo y anciano o débil que uno sea, nadie es inútil.  A todos se nos ha dado un don que ofrecer y una tarea que realizar. En todos los estadios de nuestra vida todos tenemos un signo de esperanza, de fe, de amor, de compromiso, para hacer partícipes a las personas que nos rodean. Incluso algunas veces, cuando podemos pensar que nada tenemos que dar, es cuando nuestros dones son más necesarios.
Termina el capítulo con un toque de humanidad. El abad tenga en consideración la flaqueza de los enfermos, de tal modo que  los monjes enfermos o débiles no caigan ni en los peligros que acarrea la ociosidad ni se sientan abrumados por la carga del trabajo.
Si esto se tiene siempre en  cuenta, no sucederá que los monasterios modernos se conviertan,  debido a los trabajos cada vez más especializados, en una empresa anónima en la que importa más la competitividad que el bien de la persona.

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