Si las circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolección, que no se disgusten, porque precisamente así son verdaderos monjes, cuando vivan del trabajo de sus propias manos, como nuestros padres y los apóstoles. Pero pensando en los más débiles hágase todo con moderación. 48,7-9.
Al final del horario de verano, la RB intercala un paréntesis de singular trascendencia. Son los párrafos citados en el enunciado de esta conferencia. Es un texto que no tiene desperdicio.
Los monjes contemporáneos no estaban acostumbrados a las duras tareas del campo. Pero las circunstancias que atravesaban en Italia en la época, la guerra entre godos y bizantinos… podían imponerles y de hecho les imponía la necesidad de tener que recolectar las mieses ellos mismos. Esto les podía producir cierto descontento. No les parecía propio de monjes penar en labores tan agobiantes. Y S. Benito trata con estas frases de consolarles y salir al paso de toda murmuración apelando a un argumento de orden sobrenatural: precisamente así son verdaderos monjes.
Tenemos que tener en cuenta lo arduo que resultaba en aquella época los trabajos de la recolección. Si hace unos cincuenta años estos trabajos, ya muy dulcificados por las máquinas, eran bastante agotadores hasta la introducción de las cosechadoras, en épocas anteriores resultaban muy duros. En nuestras comunidades del siglo XII los sacerdotes no tenían tiempo para la celebración de la eucaristía debido al trabajo de la recolección, pues se alaba a S. Bernardo por dejarles tiempo para celebrar a los sacerdotes en estos tiempos de trabajos extraordinarios. Y nuestros padres en Sta. Susana, a finales del siglo XVIII pasaron una semana entera fuera del monasterio para poder recolectar las mieses.
No solamente quiere evitar todo descontento, sino que quiere mostrar como esta circunstancia es la ocasión de realizar un principio fundamental de vida cristiana y a forciori de vida monástica: vivir del propio trabajo.
Este razonamiento si le ponemos en orden deductivo sería así: del principio general (es necesario trabajar para vivir) S. Benito saca la consecuencia actual hay que aceptar incluso el trabajo agrícola si es preciso.
Pero de hecho el orden es inductivo: de las circunstancias presentes, S. Benito que es muy realista, se remonto al principio general, que permite afrontar con buen ánimo las necesidades reales.
Pese a las reticencias de los ambientes monásticos de la época, S. Benito se ve obligado por las circunstancias a introducir el trabajo agrícola. Así descubre la gran ley del monacato primitivo: ganarse el sustento con el propio trabajo: entonces serán verdaderos monjes.
Este texto es trascendental, pues en adelante la necesidad del trabajo monástico no se basa en una máxima negativa: evitar la ociosidad, enemiga del alma, sino en el principio positivo de atender a la propia subsistencia como los padres y los apóstoles.
Ya no se trata tan sólo de ocuparse en los diversos menesteres domésticos, ni en el cultivo de una huerta… sino que se trata de cubrir los gastos del monasterio con el producto del trabajo monástico. Proveer con e1 propio esfuerzo a las necesidades de la vida.
Hay que notar que el argumento aducido por la RB no convence más que a medias. La apelación a nuestros padres y los apóstoles 1o aporta como argumento a favor del trabajo agrícola. El ejemplo de S. Pablo solamente prueba la obligación de trabajo manual en general. El Maestro que se opone abiertamente al trabajo agrícola, no deja de referirse a los textos paulinos.
En realidad la RB lo que intenta citando este texto no es justificar el trabajo agrícola, sino la necesidad de ganarse la vida con el propio trabajo, que no es exactamente lo mismo. Ni S. Pablo ni muchísimos monjes de la antigüedad trabajaron como agricultores, e incluso algunos se mostraba contrarios a esta clase de trabajos porque según ellos disipaba el espíritu.
Estos párrafos, situados dentro del contexto histórico en el que fueron formulados, el argumento expuesto por S. Benito en favor del trabajo agrícola era convincente.
Y termina estas disposiciones con un toque de discreción y caritativa preocupación por los menos dotados de vigor físico o moral. La discreción tan querida en toda circunstancia por S. Benito.
S. Benito que dispensa de la lectura al que no puede leer, no dispensa a nadie del trabajo, ni a los enfermos. Lo ve como un gran medio de santificación monástica.
Pero es contrario al espíritu benedictino multiplicar los trabajos y crearse necesidades para ganar más dinero, lanzarse a industrias absorbentes, consagrar al trabajo sin motivos de peso los tiempos destinados a la lectura por lo menos de modo habitual… Todo esto es salirse del camino de la voluntad de Dios, y por consiguiente del camino de la gracia.
En estas condiciones el trabajo en lugar de unimos a Dios nos alejaría de El, nos materializaría, arruinaría toda vida espiritual. La calma es necearía a la inmensa mayoría de los monjes para favorecer la unión con Dios, y con mucha más razón si queremos evitar la disipación del espíritu y del corazón.
Vigilemos para que un ardor por el trabajo, no sea fruto de un afán natural, sino que el ardor por el trabajo sea un fruto de nuestro amor a Dios y del espíritu de penitencia, ya que el trabajo es la penitencia impuesta por Dios al hombre caído en el pecado.
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