La ociosidad es enemiga del alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y otras en la lectura divina. 48,1.
La Obra de Dios es la tarea principal de los monjes pero no la única. Después de una afirmación perentoria sobre la ociosidad, el resto de este capítulo es una distribución del tiempo entre el trabajo y la lectura.
El contenido del capítulo rebasa los límites indicados por el título. Incluye directrices no sólo del trabajo, sino también de la lectura, los tiempos de los oficios y otros temas relativos a la ocupación del día.
En realidad lo que nos ofrece en este capítulo es el horario que regula la vida del monasterio. La estructura es clara. Después del principio fundamental de que «la ociosidad es enemiga del alma» que va a sostener toda la construcción, sigue el horario primavera-verano, desde Pascua a primeros de octubre. Con un excursus sobre el trabajo extraordinario que los monjes pudieran tener en esta época. Después la distribución durante los meses de otoño-invierno y el horario correspondiente a Cuaresma.
La lectio cuaresmal reviste especial importancia y esto sugiere a S. Benito unas normas que aseguren el cumplimiento.
Termina el capítulo con dos casos especiales, uno temporal: los domingos, otro personal: los enfermos.
Se abre el capítulo con una afirmación perentoria: la ociosidad es enemiga del alma. S. Benito pudo tomarla de la regla de San Basilio 192, en la versión latina de Rufino que dice ser sentencia de Salomón. Pero no se encuentra ni en la Escritura ni en la obra auténtica de S. Basilio.
La Biblia solamente dice que la pereza es ocasión de muchos males o que la ociosidad trae muchas maldades. Y tal vez la regla de s. Basilio aluda a estos pasajes.
Es interesante observar que esta es la única máxima en la que fundamenta la RB toda la necesidad del trabajo, como de la lectio divina. Y «por eso, y nada más que por eso, han de ocuparse los hermanos unas horas en el trabajo manual y otras en la lectura divina». Esta máxima se aplica a todo lo largo del capítulo. Y todo el capítulo se tiende al mismo fin: eliminar la ociosidad.
Mientras que en la RM el capítulo correspondiente es un directorio para pasar el día sin pecado, la RB no tiene más que una minuciosa distribución del tiempo para evitar la ociosidad.
Este dato resulta significativo. Según S. Benito hay que estar ocupado. Si no se puede ocupar leyendo todo el tiempo sin caer en la ociosidad, hay que trabajar.
En consecuencia no pretendamos encontrar en la RB una doctrina positiva sobre el valor del trabajo.
El hecho de trabajar no fue jamás un ideal positivo en la antigüedad. Tampoco existe una teología del trabajo en la época patrística. La valoración positiva del trabajo es una invención reciente de la sociedad industrial, en la que el trabajo ha podido manifestarse más como creador que como una necesidad de subsistencia, o como una especie de maldición. Lo que no implica que los primeros monjes no valorasen el trabajo.
Existía entre los monjes de la antigüedad no solo una práctica constante del trabajo, sino una doctrina firme, bien razonada, importante, que se apoyaba no en un texto sobre la ociosidad, como la RB, que ni es de S. Basilio ni de Salomón, sino en otros principios escriturarios más sólidos y convincentes, como veremos después.
Lo que sucedía es que en tiempo de S. Benito el monacato había evolucionado y los monjes no tenían comúnmente necesidad de trabajar para sustentarse. Poseían una hacienda, unos campos, recibidos de los fundadores y bienhechores del monasterio y cuyo cultivo encomendaban a colonos seglares. Vivían de sus rentas, limitándose a realizar las labores de la casa, a ejercer un oficio, a cultivar una huerta. Con frecuencia en esta época se trataba más de ocuparse, ya que «la ociosidad es enemiga del alma».
La RM constituye una prueba fehaciente del desprecio que sentían los monjes italianos por las faenas agrícolas. Aceptan el trabajo manual, pero de ninguna manera en el campo, pues hay que evitar a toda consta cualquier mitigación o derogación de la ley del ayuno. En cuanto a las granjas, vale más conservar la propiedad dejando a otros los inconvenientes, y percibir sin riesgo alguno las rentas anuales, sin pensar en otra cosa que en el alma. Todo este capítulo de la RM merece leerse.
De aquí se puede deducir la mentalidad monástica de la época, unos 30 años antes de la redacción de la RB. Confiar a seglares la explotación de los campos del monasterio, percibir las rentas, ocuparse en trabajos más ligeros, ayunar como buenos monjes, preocuparse solamente de la propia alma.
Pero este modo de ver el trabajo de los monjes contemporáneos de S. Benito no corresponde al modo de obrar de los primeros monjes.
Los primeros monjes trabajaban mucho y con frecuencia duramente, para ganarse el propio sustento, agasajar a los huéspedes y poder hacer limosnas a los necesitados.
Los anacoretas coptos solían ocupar todo el día y parte de la noche en la confección de cestas, cuerdas y esteras, mientras recitaban o meditaban la Palabra de Dios, haciendo frecuentes oraciones. Muchos ayudaban a los campesinos en la recolección de las mieses a cambio de una cantidad de trigo necesaria para su subsistencia durante el año.
Los cenobitas de S. Pacomio eran grandes trabajadores: cultivaban los campos y ejercían algún oficio. Todos tenían que ganarse su propio pan y el de los pobres.
A S. Basilio le parecía muy adecuado a la vida monástica los oficios de tejedor, herrero y otros por el estilo. Pero no ocultaba su preferencia por la horticultura que además de asegurar la permanencia en el monasterio, cubre con sus productos las necesidades más apremiantes, tanto de la comunidad monástica, como de los pobres.
A los monjes que no trabajaban o incluso condenaban el trabajo como indigno de personas espirituales, así eran los mesalinos y otros de tendencia afines, fueron criticados y combatidos. El mismo S. Agustín escribió un libro contra tales parásitos de la sociedad cristiana.
Esta obra de S. Agustín es una contribución esencial a favor del trabajo monástico, en el que desarrolla el pensamiento de la tradición con la agudeza y profundidad que le caracterizan.
S. Basilio, S. Juan Crisóstomo, S. Jerónimo, Cesáreo y otros han tratado el mismo tema con mayor o menor amplitud. Los argumentos en que se fundan son varios: que es una ley de la condición humana, ya que el monje, como todos los demás hombres, debe trabajar como los demás. Dejarse alimentar por los seglares les parecía una incoherencia. Pero sobre todo se apoyaban en la Escritura. Citan frecuentemente el axioma de S. Pablo:»El que no quiera trabajar que no coma», y el ejemplo de S. Pablo que trabajaba con sus manos y se gloría de ello.
S. Jerónimo afirma que los apóstoles podían vivir del evangelio, pero que trabajaban con sus manos para no ser gravosos a nadie e incluso poder ayudar a sus fieles. Y al monje que no trabaja, tema le diga un día el Señor: «Siervo malo y holgazán».
Pero los monjes que no querían trabajar también conocían la Biblia y alegaban otros textos para justificar su postura. «No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis», «ocuparos no del alimento perecedero, sino del que permanece hasta la vida eterna», «María ha escogido la mejor parte», «orar sin cesar». S. Agustín refutó no sin humor, las consecuencias que pretendían sacar de tales principios.
Pero quizás sea S. Basilio el autor monástico que mejor ha armonizado los textos del NT tocantes de alguna manera a este punto, con la intención de facilitar el puntual cumplimiento de todos los mandamientos contenidos en la Escritura.
Del examen de las reglas de S. Basilio se deduce que el trabajo monástico se sitúa en un contexto de pobreza y aún más de caridad. Hay que desprenderse de todo en beneficio de los necesitados. Y una vez desprendidos de los propios bienes, trabajar con nuestras manos no solamente para tener lo necesario para la vida, sino también para tener con qué socorrer a los necesitados con el fruto del propio trabajo.
En suma, el monacato antiguo enseñó y practico la ley cristiana y humana del trabajo fundamentándola sobre todo con textos de la Escritura. Pronto se añadió el ejemplo tantas veces citado de S. Pablo y extendido a los demás apóstoles.
Casiano pone en boca de S. Antonio, padre del monacato cristiano una frase en la que junto con la enseñanza de los apóstoles pone las enseñanzas de los ancianos como principio y fundamento de la práctica del trabajo manual.
En cuanto a la finalidad del trabajo, se cita en primer lugar y como más importante, el proveer al propio sustento. Después la de socorrer a los necesitados. También se cita con más o menos precisión la atención a los huéspedes, evitar el tedio que produce la ociosidad, fomentar la estabilidad psíquica y algunas otras.
Ciertamente que la mentalidad de S. Benito está más cerca de la mentalidad del hombre de hoy que de aquellos monjes contemporáneos suyos que vivían de rentas.
Pero necesitamos un esfuerzo para conectar nuestra realidad presente con la de S. Benito. Pera ello podemos fijarnos en unos datos o pistas para este fin.
1° Hemos de tener en cuenta que vivimos en una sociedad de la que sobresale con mucho la especialización técnica, la investigación científica y todo tipo de actividad intelectual por encima de las actividades agrícolas y artesanales. Sería un error querer excluir del monasterio estos aspectos que en realidad son un verdadero trabajo y que está presente en nuestro mundo moderno, amparados en una visión fixista de la tradición. Incluso trabajos como los ganaderos y avícolas requieren una preparación técnica para poder obtener el fruto deseado. Así mismo sería perjudicial rechazar los trabajos artesanales so pretexto a una mayor adaptación al mundo que nos rodea.
Todo lo que S. Benito dice del trabajo, lo debemos aplicar a todas las actividades, dejando la denominación de lectio divina a la lectura contemplativa de la Escritura y de los Padres que la comentan.
2° Las actividades que se realizan en el monasterio no pueden tomarse como un simple medio ascético para ocupar el tiempo, hacer penitencia o simple entretenimiento. Es significativo a este respecto el trabajo de los monjes de Sta. Susana en su permanencia en Poblet, trasladando un montón de piedras a un lugar para después volverlas a su primitivo sitia, Entre los aldeanos de la zona aún hoy día recuerdan este hecho.
Tanto mirando al bien del monje como a la sociedad que nos rodea, se ha de tener una profesionalidad seria. De lo contrario no será el trabajo un medio real de maduración personal a través de la responsabilidad. Sin un trabajo serio, la espiritualidad el monje se puede evaporar en un misticismo desarraigado.
3° Es grandes la responsabilidad de los dirigentes de la comunidad en este aspecto de la formación permanente para las diversas actividades. Mucho depende también de las características de la comunidad. Una comunidad numerosa necesita un programa económico serio. Es una de las misiones más delicadas, para que el monasterio ni aparezca como una empresa, ni caiga en una ruina económica.
4° No todos los trabajos son ciertamente apropiados para los monjes. S. Benito da un toque de realismo cuando dice que los monjes no se entristezcan si por razones de pobreza u otras circunstancias tienen que realizar trabajos más duros o menos apropiados a sus fuerzas. Pero hemos de tener bien clara la escala de valores, y excluir los trabajos que impliquen el no poder participar habitualmente en el oficio divino, y en la vida de la comunidad. Nuestra comunidad de La Oliva tiene en esto mucha experiencia durante su estancia en Val San José. No todos los monjes conservaban el espíritu al vivir separados de la comunidad. Actividades que no obliguen a salir del monasterio. También se puede recordar a los monjes pastores de las comunidades de S. Fructuoso en el norte de la península, que pasaban meses fuera de su comunidad con los rebaños.
5° Todo trabajo ha de tener una dimensión social que los antiguos monjes, siguiendo a S. Pablo le llevaba a considerar de manera concreta el no ser carga para nadie, ganarse el pan de cada día y procurarse algo con lo que poder socorrer a los necesitados. El trabajo ha de ser valorado no solamente por el rendimiento económico que proporciona, sino también por su nivel de servicio a la sociedad que nos rodea.
De cara al interior de la comunidad monástica se da el caso de que los monasterios donde predomina la actividad manual, se da el fenómeno curioso de que las personas con una vocación intelectual no son suficientemente valoradas y respetadas, se las considera sospechosas de perder el tiempo, no queriendo colaborar en los trabajos manuales por pereza.
Al contrario, en los monasterios donde predomina una actividad intelectual, los monjes artesanos necesitan un nivel alto de madurez personal, para no sentirse marginados o poco valorados.
Sólo una visión intensa de la misión comunitaria y una caridad sincera pueden superar estos escollos.
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