407.- Como han de satisfacer los excomulgados. 44.

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Como hace indique hace unos días, los cap. 43-46 son como  un complemento del código penal. Leyendo atentamente este capítulo vemos el proceso  que ofrece S. Benito para sanar a los monjes que han incurrido en faltas graves.
El ritual que describe S. Benito está inspirado en Casiano. Este describe un ritual simple, pero no menos significativo para la reconciliación de los monjes excomulgados. Durante el Oficio Divino el excomulgado se postra a la salida de los monjes probablemente a la puerta del oratorio. Cuando el abad se lo ordene da por terminada su penitencia.
En la RM la ceremonia adquiere rasgos dramáticos, con categoría de rito litúrgico, hinchado de emocionantes discursos, como es costumbre en la RM.
En la RB la satisfacción de los excomulgados en el oratorio y en la mesa por faltas graves, reviste gran solemnidad, parecida  a Casiano, pero con una notable diferencia. Se compone de dos fases. La primera a la puerta del oratorio  en la que el hermano permanece postrado a los pies del abad y de los monjes cuando salen. Esta penitencia, sin que fuese en reparación de faltas graves, ha sido hecha con relativa frecuencia en un tiempo no lejano. Nos postrábamos a la puerta del comedor, incluso a veces sin ser impuesta por una falta concreta, y toda la comunidad pasaba por encima del hermano así postrado.
En una segunda parte,  en la RB el hermano excomulgado era recibido entre los hermanos con un ceremonial en el que se postraba delante de cada uno de ellos, nadie le ayudaba a levantarse, y pedía perdón, probablemente sin decir nada.
Esta segunda parte  que estaba descrita en los Usos del año 27 para reparar una falta grave, no la he visto realizarla, aunque si que he oído  como por dos veces se celebró en el capítulo de La Oliva antes de mi ingreso.
S. Benito, movido por el deseo de probar la sinceridad y la perseverancia del monje penitente, y así asegurar mejor su conversión, dispone que sea el abad el que marque las dos fases de la reconciliación, para que toda esta ceremonia de la reconciliación no fuese una ceremonia ineficaz.
Termina este capítulo con el modo de satisfacer los monjes que son castigados por faltas menos graves.
Este capítulo nos fuerza a preguntarnos en una época ya sin penitencias públicas,  y en una cultura  orientada al individualismo, qué principios podemos traicionar  por el egoísmo y cual es el precio de de esta curación.
Ya no observándose la letra de este capítulo, debemos de tratar de vivir su espíritu. Toda falta debe ser expiada. Cuanto mayor sea, mayor ha de ser la expiación, aunque sea de una manera interna.
La expiación exterior no tendría ningún valor si uno internamente no tiene un arrepentimiento por su falta. Por ello toda  falta ha de ser expiada a lo menos en el corazón del que la ha cometido. Y en realidad, sólo el arrepentimiento puede borrarla. El mismo Dios no puede borrar nuestros pecados si no tenemos contrición de ellos.
No basta tampoco un arrepentimiento cualquiera. Las lágrimas del arrepentimiento, se secan pronto y la naturaleza vuelve a encontrarse con sus debilidades.
Hoy ya no existen las penitencias públicas en la mayor `parte de los monasterios, pero tenemos que tener el espíritu de estas penitencias, reparando nuestras faltas con un verdadero arrepentimiento y dando la satisfacción exterior en los casos que lo requieran. Así con el arrepentimiento interior y un firme propósito eficaz, limpiar nuestro corazón de todo aquello que pueda impedirnos el encuentro con Dios. Bianevantruados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.   

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