A pesar de todas las advertencias que hace para dejar todo y ser puntuales al oficio en cuanto se oiga la señal, es inevitable pues los monjes de su tiempo como los de todas las épocas, que se encuentre alguno que llegue tarde a los actos de comunidad, incluido el Oficio divino.
La RB se muestra comprensiva e indulgente con los monjes que llegan tarde al comienzo del Oficio Nocturno. Por eso indica que el salmo 94 se recite con lentitud para que los soñolientos puedan acudir antes de que termine. Los que llegan más tarde quiere que se ponga. Ó en un lugar determinado para los negligentes y que pidan satisfacción.
San Benito en esto es innovador. Se aparta de la costumbre vigente en muchos monasterios atestiguada por Casiano. El que no estaba presente en la oración que seguía al segundo salmo, debía permanecer fuera y unirse de lejos a la oración de los hermanos, y cuando salían debía postrarse a sus pies para pedir perdón.
S. Benito los pone aparte a ver si se avergüenzan, y les mueva a enmendarse, pero los deja entrar para evitar que se volviesen a acostarse o perdiesen el tiempo en conversaciones. Y es que S. Benito por su experiencia conoce al monje y su fina penetración psicológica le ha enseñado muchas cosas por eso quiere que entren y que así no pierdan todo.
En cuanto a los oficios diurnos, S. Benito es más severo. Las negligencias le parecen menos excusables. No sólo reduce el margen de espera sino que a los remolones les prohíbe tomar parte activa en la salmodia, a menos que se lo mande el abad y que den satisfacción por su retraso.
En cuanto a los que llegan tarde a la refección comunitaria por negligencia o por otra culpa, amonestado primera y segunda vez, si no se corrigen, se les privará de comer con la comunidad, quitada la ración de vino, hasta que se corrijan. Como se ve este castigo es para aquellos que después de dos admoniciones no se han corregido.
El primer motivo por el que quiere la RB que se esté puntualmente a la hora de la comida, es por la oración que debe hacerse todos juntos antes de comenzar. Separándonos por voluntad propia de la comunidad, nos privamos de las gracias de esa oración común. Cierto que si la ausencia es por un motivo de obediencia, esas gracias no se perderán. Pero si es por negligencia se sufrirá esa pérdida.
El segundo motivo que indica la RB para ser puntuales a la comida es la dulzura de la vida común, de la que nos privamos por el retraso culpable. La vida común en nuestra espiritualidad, no es “la gran penitencia”. Sino el gran consuelo, una levadura poderosa que nos ayuda a cumplir los deberes más duros. ¡Que hermosos pensamientos tiene S. Elredo respecto a la alegría de la vida común, de las alegrías que encontraba en ella! Experimentaba cómo amaba a todos y era amado por todos.
Un tercer motivo para la puntualidad es que retrasar sin motivo, es una negligencia, una concesión hecha a la naturaleza o al vicio. Esto sería más grave si esta tardanza se diese para comer con mayor libertad, satisfaciendo el propio gusto.
En el mundo actual de comidas rápidas que incluso en las casas religiosas tienen múltiples horarios de comida, la comida comunitaria y familiar se ha visto relegada. En la espiritualidad benedictina, el valor sacramental de la comida está en que la unión que hemos tenido junto al altar se manifiesta a través de todo el día y de modo particular en el comedor, en el que unos sirven, otros limpian, y la comunidad se manifiesta como un todo unido. La presencia en la comida es tan importante como en la oración, de modo que nadie debe llegar tarde, nadie debe comer antes o después de las comidas por su cuenta, porque la espiritualidad monástica no gira alrededor de los alimentos, sino en torno al grupo de personas que en su camino de conversión, se comparte tanto las cargas como la vida.
La comida así también es un centro santificarte que nos recuerda que si no trabajamos construyendo comunidad, la palabra familia religiosa, será falsa, por bueno e importante que sea nuestro trabajo en la comunidad.
El espíritu que emana de este capítulo es que tengamos celo para ser solícitos en todos los ejercicios comunitarios, para poder recoger en ellos todas las gracias, la consolación, el mérito y la virtud.
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