A la hora del Oficio Divino, tan pronto como se haya oído la señal, dejando todo lo que tengan entre manos, acudan con toda prisa, pero con gravedad para no dar pie a la disipación. Nada por lo tanto se anteponga a la obra de Dios. 43,1-3.
Los capítulos que van del 43 al 46 son como un complementote lo que hemos llamado código penal. Son como un apéndice.
En este capitulo 43 resalta cómo la puntualidad constituye un elemento principal del orden ya que no hay orden si no ha puntualidad. La RB insiste en la puntualidad a lo largo de este capítulo 43.
Su estructura se presenta así: 1º introducción sobre la excelencia del Oficio Divino que exige una puntualidad absoluta. (1-3) 2º satisfacción de los que llegan tarde a los oficios de la noche y del día (4-12) 3º satisfacción por la falta de puntualidad en las comidas (13-17) y 4º Excursus o adición sobre los maleducados que rechazan algún de alimento que les ofrece el abad.(18-19)
“Nada se anteponga a la obra de Dios”. Esta famosa máxima benedictina se encuentra en este capítulo, y ha sido tantas veces citada, atribuyéndolo un alcance desaforado, por no tener presente el contexto de este capítulo. Su sentido es obvio. Sea cual fuere la ocupación del monje, al darse la señal para el Oficio Divino, debe dejar al instante lo que tiene entre manos, ya que la dignidad del Oficio supera con mucho a los demás quehaceres monásticos.
La RB al exigir la puntualidad más estricta, repite los conceptos que en el capítulo 5 proponía a propósito de la obediencia inmediata. Al Oficio Divino hay que acudir con toda presteza, aunque con la gravedad característica del monje para no dar pie a la disipación, precisa S. Benito.
Es que la espiritualidad benedictina no pide grandes excesos de ascetismo físico, pero si exige un compromiso con la comunidad y una búsqueda sincera de Dios a través de la oración. Las tardanzas no deben tolerarse. La indolencia no debe ser pasada por alto, la apatía no debe condonarse. Benito no quiere personas que se duerman en el trabajo, no que holgazaneen, ni que antepongan cualquier cosa a la Obra de Dios. Nada en la vida del monje puede sustituir a la alabanza a Dios. Ni el trabajo, ni una tarea casi finalizada, ni una conversación interesante, ni una necesidad nacida del individualismo.
La vida benedictina se centra en el oratorio y el oratorio nunca debe de ser pasado por alto. Lo que se pide en una espiritualidad monacal es una vida de fidelidad a la oración, y en la vida benedictina la oración litúrgica es un acto comunitario.
Retrasarnos un instante por corto que sea para decir una palabra que no es de absoluta necesidad, terminar un trabajo que no es preciso, es señal de poca estima de la llamada de Dios.
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