El abad ha de disponer todas las cosas de tal modo que las almas se salven y los hermanos hagan lo dispuesto sin justificada murmuración. 41,5.
La RB deja al abad el deber de juzgar la oportunidad de hacer las cosas de tal modo que sea la prudencia y moderación, no un fervor indiscreto, los que lo guíe añadiendo u omitiendo determinadas observancias, en este caso concreto en lo referente al ayuno. Quiere que haga todo con tal moderación que ni redunde en perjuicio del alma de los débiles, ni los hermanos oprimidos con un peso excesivo, tengan motivo de murmurar.
Esta frase:”de modo que las almas se salven” es de las más importantes de la regla, y criterio de toda la observancia del monasterio. Nuestra C.3, 5 hace suyo esta norma de la RB diciendo: “Toda la organización del monasterio tiene como fin que los monjes se unan íntimamente a Cristo, porque sólo en el amor entrañable de cada uno por el Señor Jesús pueden florecer los dones peculiares de la vocación cisterciense”.
Cualquier observancia, en este caso los ayunos, que se hace quejándose, a la fuerza, ni agrada a Dios, ni aprovecha a la santificación del monje. Por eso aquí de nuevo recuerda S. Benito que no se dejen llevar los hermanos de la murmuración. El fin es que las almas se salve, o como dice con otras palabras nuestras Constituciones: ”que los monjes se unan íntimamente a Cristo.”
Un monje que tenga un corazón contrito y que su mayor deseo es agradar a Dios, hacer su voluntad, que está confuso por lo poco que hace para corresponder al amor de Dios, un corazón celoso de crecer en la virtud, y que quiere dominar sus pasiones pequeñas o grades, evita caer en la murmuración para no perder tantos frutos como se le presentan en su vida ordinaria.
Por otra parte insiste la RB en la moderación por parte del abad, para no dar pie a “justas” murmuraciones. Así deja a su prudencia los ayunos de miércoles y viernes durante el verano. Es necesario que el abad tenga cuidado para disponer todo de tal suerte que nadie tenga ocasión de quejarse con razón. El mismo S. Benito da ejemplo de esto, templando los ayunos de la orden colocando la comida después de Nona en lugar de después de vísperas y adelantando este oficio en cuaresma para no retrasar tanto la comida.
Con esto S. Benito viene a decir que lo que es exagerado, no puede durar mucho tiempo ni cumplirse con el fervor necesario. Quiere hacer comprender que si el ayuno es excelente, el exceso puede tener efectos deplorables.
Señala una vez más cómo la murmuración es un gran mal que hay que evitar en la comunidad, incluso sacrificando una parte de las austeridades monásticas. Repetidas veces ha señalado la murmuración como un vicio corrosivo, destructor de las comunidades y por eso lo persigue. Pero en este pasaje de la Regla admite que la murmuración puede ser justa, es decir, motivada, provocada. De aquí el interés de la RB y que debe compartir enteramente el abad, de quitar todo pábulo o motivo que pueda justificarla. Desde luego hay que contar con algunos espíritus inclinados a este vicio, que siempre encuentran motivos. Por eso la RB dice “justa”.
A través de lo prescrito en este capítulo sobre los horarios, se ve claramente que la vida del monje está muy marcada por la práctica del ayuno.
Hay que tener presente que el ayuno no era algo particular de cada uno en la iglesia primitiva, sino que estaba relacionado con la liturgia y se practicaba generalmente en comunidad. A los días de ayuno colectivos se les llamaba “estaciones”, que significa en realidad “guardia”. Para los cristianos, un día de ayuno era un día en el que se vivía pendiente de Dios, y se congregaban al término del ayuno para celebrar la eucaristía en comunidad. Así el ayuno unía los cristianos a la comunidad. No se trataba de un ejercicio ascético privado, sino una manera de guardar vigilia y orar en comunidad.
Los cristianos de la iglesia primitiva no ayunaban como consecuencia de la exhortación de Jesús en especial. Por el contrario Jesús se mostró más bien crítico ante el ayuno. Los cristianos ayunaban porque en el entorno en que se encontraban el ayuno simbolizaba una vida de devoción y servicio a Dios. Encontraban en el ayuno un ejercicio de devoción y lo incluían entre sus prácticas. Pero la mayoría de ellos se diferenciaban del concepto de ayuno de las escuelas filosóficas griegas y de los diferentes cultos misteriosos.
Cuando intentamos explicar el ayuno desde un punto de vista meramente cristiano, encontramos que no existe ningún elemento específicamente cristiano, que se diferencie de los elementos paganos o humanos. Y esto no tiene nada de particular, ya que los cristianos recogen en sus prácticas las experiencias que la humanidad ha tenido con anterioridad así como su propia experiencia y como eran beneficiosas, les infundió su propio espíritu. Y el monacato siguió esta línea de la primitiva iglesia.
La primera expectativa que se ponía en el ayuno era su efecto sanador en el cuerpo y en la mente. Así lo resaltan los Padres de la Iglesia en sus escritos. Casiano opina que el exceso de alimentos embrutece el corazón y Basilio destaca siempre en sus sermones los efectos curativos del ayuno tanto para el cuerpo como para el alma.
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