Dentro del marco del ascetismo monástico, S. Benito prevé en algunos casos, como puede ser el trabajo excesivo, el que el abad pueda aumentar o variar la ascesis alimentaria.
De hecho en nuestra época el significado de las restricciones alimenticias e incluso su práctica, resultan cada vez menos familiares. Desde hace más de un cuarto de siglo la Iglesia suprimió todo vestigio de ayunos y abstinencias impuestas tradicionalmente a los fieles.
En cuanto a los monjes, la observancia ya muy debilitada, tiende a disminuir o desaparecer. Así en lugar de una o dos comidas según las estaciones, actualmente se toman tres por día durante todo el año, igual que los seglares, y en ningún caso se tiene en cuenta la diferencia horaria de las comidas que indica S. Benito retrasándolas hasta la tarde o hasta el anochecer, ya que nuestros horarios de acostarnos y levantarnos son más o menos uniformes en todas las estaciones, quitando todo su significado a las variaciones de la hora de las comidas que figuran en la regla.
Para practicar el ayuno, nos contentamos generalmente con reducir un poco las raciones del desayuno y de la cena. La abstinencia afecta solamente a la carne.
Nuestras actuales Constituciones, son muy lacónicas a este aspecto. La C. 28 en primer lugar da unas motivaciones: «El ayuno monástico expresa la humilde condición de la criatura ante Dios, despierta en el monje en el deseo espiritual y le permite participar en la compasión de Cristo para con los hambrientos.” Quizás la tercera llame más la atención. No está contemplada en la tradición monástica.
Por el ayuno participa el monje en la compasión de Cristo hacia tantos millones de hambrientos. De la misma manera que la pobreza libremente asumida es una manera simbólica, “sacramental” podemos decir, de participar en la suerte de aquellos que son pobres sin haberlo elegido, así el ayuno voluntario es una manera simbólica de participar del hambre de aquellos que carecen de alimento, a imagen de Cristo que escogió participar de todas nuestras miserias.
Después de estos principios enunciados, la siguiente frase ofrece una regla de conducta que tiene en cuenta la gran diversidad de situaciones, el estado de salud, de edad, condiciones de trabajo de cada comunidad, así como de las costumbres locales. Por eso sigue diciendo:” Los hermanos observen el ayuno de cuaresma, el de Pascua y los demás ayunos según la costumbre de la Orden y las disposiciones del abad”.
Esta terminología pertenece al modo de hablar de la tradición litúrgica y patrística, que distingue el ayuno cuaresmal del ayuno pascual. Este último es el de la Semana Santa, más riguroso que el cuaresmal que le precede. Cuando en los documentos antiguos se habla de la celebración de la Pascua hace referencia a lo que nosotros llamamos Semana Santa. Esta Pascua desemboca en el Domingo de Resurrección.
Es evidente que cuando se habla del ayuno de Pascua, no se hace referencia un determinado ayuno que se haga durante el tiempo Pascual.
La Constitución apunta a otros ayunos en la orden, en que se observa un régimen de alimentación más frugal que se observa a partir del 14 de septiembre hasta la cuaresma, excepto el tiempo de navidad. Y todo lo deja bajo las disposiciones del abad. No quiere decir que la RB de al abad el poder de introducir ayunos particulares. Por el contrario se pretende recordar al abad de que debe estar atento a las necesidades y condiciones de los hermanos, especialmente de los enfermos con los que hay que tener consideración.
Se añaden a esta constitución tres estatutos que hacen referencia a algunas observancias particulares. “El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo será suficiente pan y agua al mediodía, o algo similar.”
Se mencionan los ayunos más importantes del año. El del Miércoles de Ceniza con el que empezamos la cuaresma y el Viernes Santo. La comida solamente es pan y agua. Y dice a continuación:”o algo equivalente” para tener en cuenta aquellos países donde el pan no es parte de la comida ordinaria, como es el arroz en muchas países de Asia.
En un segundo estatuto se hace referencia a la carne, ya que nuestra Orden es vegetariana, salvo como es natural a enfermos.
Un tercer estatuto aborda una cuestión delicada “Si un hermano movido por la gracia de Dios desea observar un ayuno más riguroso, consúltelo con su abad”. Es un hecho bien conocido por los padres del monaquismo, que el deseo de hacer ayunos especiales puede ser una inspiración divina o una tentación. Es necesario en estos casos tener en cuenta el 8º grado de humildad de la RB, que dice no hacer nada que no sea conforme a la regla común y al ejemplo de los mayores.
Hay una anécdota en la vida de S. Pacomio muy instructiva a este efecto. En su época la regla común era hacer ayuno absoluto, no tomar nada el Viernes y Sábado Santos. Pero en ciertos lugares extendían este ayuno absoluto a uno o dos o incluso a todos los días precedentes a la Semana Santa. Teodoro, discípulo de Pacomio aún muy joven y muy ferviente, preguntó a su maestro cual era el mejor modo de comportarse a este respecto. Pacomio respondió que conviene atenerse a las reglas de la Iglesia, y así tener las suficientes fuerzas para cumplir aquellas otras observancias como la oración continua, la escucha de la Palabra, el trabajo manual. Es muy bueno tener este equilibrio en un monaquismo marcado por una ascesis rigurosa.
En términos generales podemos decir que el monaquismo contemporáneo muestra una particular atención a las consideraciones que S. Benito señala para los débiles, mientras las normas exigentes encuentran poco eco. Se dice que el género humano ha caído en tal estado de debilidad, que parece que tiene que renunciar a toda ascesis corporal un poco serie.
Esta consideración no satisface totalmente. Cuando el hombre encuentra una exigencia busca el modo de llenarla y organizar su vida en consecuencia. Si la ascesis no tiene ya lugar en nuestras vidas, es porque ya no creemos en su importancia. Tenemos tanta fuerza como nuestros padres, pero la empleamos de otra manera. Los monjes no han abandonado el ayuno por falta de salud, sino porque no tienen clara una razón para ayunar. Por tanto nos encontramos ante un hecho espiritual que requiere explicaciones espirituales.
Una de las más profundas es la extroversión de dinamismo humano que ha dado de lado todo esfuerzo sobre uno mismo, se vuelca en el trabajo con las cosas. La ascesis, actividad específica del monje, actualmente ha sido devorada por el trabajo. Este último moviliza todas las fuerzas y con su ritmo implacable y exigencia de rendimiento, impone un régimen alimenticio y unas comodidades que son condiciones necesarias para poderlo desarrollar.
En la RB es evidente la relación entre la adopción de un trabajo agrícola y algunos debilitamientos en la observancia. El monacato moderno arrastrado para bien o para mal por el torbellino del activismo circundante, ha llevado este proceso hasta sus últimas consecuencias.
También la situación resultante pretende justificarse como muchas otras por consideraciones sacadas de la Escritura. El monaquismo contemporáneo es sensible a lo que en el NT aparece como un repudio del ascetismo judío, pagano o gnóstico. Cristo comiendo y bebiendo con los pecadores parece oponerse al austero Juan Bautista. También hay que recordar su indiferencia con respecto a las normas de pureza legal. Pedro en presencia de animales prohibidos por la ley, oye que le ordenan “mata y come”. Pablo rechaza muchas veces las distinciones entre días y alimentos. El ayuno y abstinencia de los monjes se asemejaban demasiado a estas observancias escrupulosas por las que el Apóstol tenía una caritativa consideración pero declaraba sin fundamento. En nombre de la libertad cristiana acaso ¿no tenemos derecho a abandonar estas prácticas?
Las objeciones citadas no son nuevas. El combate sobre el ascetismo que marcó el final del siglo IV encontramos un campeón en Joviniano, tanto su refutación por S. Jerónimo o por Filoseno de Maguncia, dan testimonio de que fueron tenidas en cuenta por los defensores de la ascesis.
En esta misma época una pléyada de autores como Basilio, Agustín, Evaglio y Casiano elaboraron una doctrina ascética en la que la “encrateia” o continencia desempeñan un papel importante. Las RM y RB en la ascesis alimentaria solo pueden comprenderse si se les vincula a este cuerpo de doctrina tradicional, que se manifiesta en su vocabulario.
Una de las principales preocupaciones de estos autores, es alejar toda apariencia de judaísmo o de maniqueísmo. En sí mismo el alimento no es puro o impuro, solo lo que sale del corazón del hombre, sus deseos, merecen estas calificaciones. Las restricciones alimenticias no apuntan pues a prever al hombre de alguna mancha objetiva proveniente del exterior, sino a purificar su corazón, a mortificar sus deseos y a liberar su espíritu.
Considerada desde estos puntos de vista, la abstinencia aparece como un asunto personal, cuya medida varia de un individuo a otro. Es imposible fijar normas universales, sino tener en cuenta la máxima de los apóstoles: “a cada uno se daba según sus necesidades”.
Aunque la medida de la comida y bebida no puedan ser determinadas para siempre, el principio de la ascesis vale para todos. Cualquiera que aspire a la perfección debe restringir su alimento y su bebida a lo verdaderamente necesario. El deseo no es un criterio válido para discernir este mínimo vital, y mucho menos el placer.
Tratándose de una purificación subjetiva, la “encrateia” no puede limitarse a la abstención de ciertos alimentos. El apetito del alimento no es más que uno de los deseos que proceden del corazón humano, siendo inseparable de las demás virtudes, debe ser tratado en el marco de una terapéutica general de los vicios. Cierto que en medio de este conjunto la gula ocupa un lugar muy particular, que en muchos aspectos podemos considerar como el principal. El apetito de comer necesidad natural irreprimible, su satisfacción es indispensable para la vida, nunca puede ser totalmente eliminado o sublimado, según enseña Casiano. De aquí su valor de test a todo el esfuerzo moral. Por medio de él, comienza el hombre a disciplinarse.
Él ayuno y la abstinencia son expresiones generales, univalentes del propósito purificador.
El ayuno desempeña en la tradición monástica un papel universal análogo al de la oración con la que forma, según dice Jesús una asociación de combate. “Este demonio no puede ser expulsado si no es con la oración y el ayuno”.
A esta influencia de la continencia alimentaria en toda la vida espiritual corresponde el concepto de “encrateia “que se extiende a todo el campo de la ascesis. Los padres unánimemente previenen de una noción estrictamente material de la templaza. Esta es una virtud general que modera no solamente el apetito de comer, sino todos los deseos. “El que compite en el certamen se abstiene de todo.”
La continencia alimentaria debe surgir por tanto de una disciplina más interior. La abstinencia de alimentos lleva consigo el abstenerse de pensamientos viciosos, cuya abstención es más importante. El alimento corporal no es malo en sí, como son los vicios. Es pasar del alimento corporal al conjunto de las inclinaciones desordenadas, que son los únicos males en realidad. De todos modos se castiga al cuerpo en beneficio del alma. Tanto la RB como los Padres anteriores, piensan en S. Pablo. La fórmula paulina la aplican sobre todo al ayuno, que en la antigüedad era la práctica aflictiva más corriente.
No es una equivocación ver en la moderación en la comida un signo del triunfo de la gracia divina sobre la naturaleza pecadora, como de la racionalidad sobre el instinto.
La felicidad no consiste en poseer o consumir mucho, sino en tener pocas necesidades y satisfacerlas fácilmente, según Séneca. Es el ideal de la “frugálitas” o “párcitas” de que S. Benito se hace eco utilizando esta última palabra.
Este modo de vivir parcamente, aunque con influencias en la terminología de la sabiduría pagana, tiene como raíz el amor bíblico por la pobreza. Lo que conviene al cristiano, al monje es una comida simple y económica, tanto más cuanto su retiro del mundo debe apartarlo de las preocupaciones y problemas que acarrea la buena comida.
La exclusión de la carne y el vino están motivados en gran parte por esta preocupación de vivir pobremente.
Evidentemente es Cristo el que recibe el sacrificio voluntario del monje. Está motivado por el deseo de compartir los sufrimientos de Cristo. A la inversa, la presencia del Esposo Resucitado prohíbe ayunar los domingos y durante el tiempo pascual.
La ascesis alimentaria no es una simple conquista de sí mismo. Tiene un significado cristiano, una explícita relación con Cristo. El ayuno prepara a Moisés y Elías para el encuentro con Dios. ¿Por qué no será también para nosotros la condición para ciertos carismas? La ascesis alimentaria es el precio de la contemplación y el gusto de Dios no se obtiene sino a través de la renuncia de los consuelos terrenos, dice Filomeno.
Recíprocamente la fuerza para ayunar se saca del gusto espiritual y de la contemplación divina, según Casiano.
Actualmente cuando la praxis del ayuno apenas existe, tenemos menos necesidad de llamadas a la moderación y la interioridad, que de indicaciones a concretar la búsqueda de Dios por medio de renuncias efectivas. El vivir en una sociedad de consumo nos hacen más difícil la ascesis alimentaria.
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