Se destinará un local especial para los hermanos enfermos y un enfermero temeroso de Dios, diligente y solícito 36,7.
Expuesta en los v 1-6 lo que podemos llamar teoría sobre los enfermos, sigue con lo que podemos llamar parte práctica.
Dispone S. Benito que en el monasterio haya una enfermería y a su cuidado un enfermero temeroso de Dios, solícito.
Se ve claro la predilección que sentía por los enfermos, tal vez en buena parte por su bondad de corazón, por esa ternura que inclinaba su ánimo invariablemente a favor de los pequeños de los débiles, de los atribulados, pero ciertamente también y sobre todo porque tomaba muy en serio el evangelio y cada una de sus máximas. A los enfermos hay que servirles como a Cristo en persona, puesto que El mismo dijo, “Estuve enfermo y me visitasteis.
Seguidamente ofrece a los enfermos la posibilidad de bañarse cuantas veces lo necesiten y de comer carne a aquellos que la enfermedad les ha dejado muy débiles.
Aprovecha la ocasión para señalar que a los sanos, sobre todo jóvenes se les conceda más raramente estas excepciones.
Esto requiere un comentario. Desde los mismos orígenes del monacato se nota una reticencia en lo que se refiere a los baños. Hay que recordar que para los antiguos los baños más que una medida o práctica higiénica, se veían como un regalo y un placer a los que en la sociedad de la época se entregaba con gran frecuencia. Y la aversión de algunos ascetas al baño tiene su raíz, sin duda, en el profundo aborrecimiento hacia el comportamiento desvergonzado de muchas personas en los baños públicos. Temerosos de caer en la sensualidad, los monjes los excluyeron de su modo de vivir ordinaria, reservándolos para los enfermos.
El rechazo radical del baño, mejor, de la limpieza corporal, como aparece a veces en el monacato antiguo, debe enfocarse como una locura por causa de Cristo.
Sorprende la apertura de S. Agustín que permitía a los monjes la visita de los baños públicos.”Tampoco se debe negar el baño al cuerpo, cuando su debilidad así lo requiera. Si lo requiere la salud, lo ha de tomar sin problema. Si alguno siente alguna reticencia, pida en un requerimiento al Superior afirmando que el baño le es saludable. En cuanto a dolores corporales internos, debe creer sin pestañear al siervo de Dios que le dice lo que le duele al enfermo. A los baños no han de acudir menos de dos o tres.” Y en la adaptación de su regla a las monjas, las permite bañarse una vez al mes.
Y S. Benito quizás se agarro a este precedente, para autorizar los baños a todos los monjes aunque no con frecuencia.
Situada esta disposición en el contexto literario e histórico que le es propio, lejos de distinguirse por su rigorismo, resulta muy liberal e incluso revolucionaria esta permisión benedictina.
Lo mismo que los baños se puede decir de determinados alimentos que se les juzgaba como ocasión de excitar el apetito de placeres lascivos. De aquí la costumbre, convertida en ley universal en el monacato de abstenerse de comer carne.
Pero en este punto también S. Benito se muestra más liberal de lo que aparece en una lectura superficial de la regla. Si este pasaje se interpreta a la luz de su paralelo 39,11 se ve enseguida que la `prohibición se refiere exclusivamente a la carne de cuadrúpedos. “Todos ha de absterse de la carne de cuadrúpedos, menos los enfermos muy débiles.” Lo cual equivale a autorizar implícitamente otras clases de carne: las aves y pescado. La distinción entre carne de cuadrúpedos y de aves era ya antigua en la dietética monástica. La segunda se la consideraba más ligera que la primera y por consiguiente menos peligrosa par la virtud. En general se le asimilaba al pescado ya que aves y peces a decir de la Escritura tienen idéntico origen. Gen 11, 21.
Termina el capítulo inculcando de nuevo al abad la máxima solicitud con la que tiene que velas con los enfermos para que no sean desatendidos por los mayordomos o enfermeros. Y añade un principio de alcance general: sobre él recaerá la responsabilidad de las faltas de los discípulos.
Deja una respuesta