Pero si ni entonces sanase, tome ya el abad el cuchillo de la amputación como dice el Apóstol:” Echad de vuestro grupo al malvado”…no sea que una oveja enferma contamine a todo el rebaño. 28,6-8
Agotados todos los recursos naturales y sobrenaturales, nos vemos evocados a un desenlace funesto. El enfermo se resiste a sanar. El médico no tiene ya nada que hacer y cede su lugar al cirujano. Como obligado, S. Benito ordena terminantemente:”Tome ya el abad el cuchillo de la amputación. Para justificar medida tan dura, cita dos textos de S. Pablo. Ambos son aducidos oportunamente, pues al reincidente incorregible es arrojado del monasterio y al mismo tiempo se va por su propia voluntad por no querer enmendarse.
S. Benito no dice como el Maestro que se le azote antes de echarlo, ni es probable que se hiciera. En la RB las penas corporales tienen un sentido medicinal, no vindicativo.
Pero da la razón profunda de decisión tan dura volviendo a la metáfora pastoril: No sea que una oveja enferma contamine todo el rebaño.
S. Benito no expulsa a nadie para castigar su orgullo y pertinacia. A lo largo de todo el código penal, siempre su única preocupación es curar, no destruir. Pero aquí se siente fracasado en cuanto a la curación del obstinado, pero vela por la salud de los demás.
El monasterio es un hospital de enfermos, pero no un cementerio de muertos. A causa de la debilidad humana, el pecado puede encontrarse en nuestros claustros, pero no habitar en ellos. Tenemos que ser compasivos y misericordiosos para con las faltas de un alma débil, que se levanta tantas veces cuantas cae, pero hay que ser inexorables para los pecados de malicia y contumacia.
El pecado habitual querido, el estado de pecado, la obstinación en sus faltas, está en oposición esencial con nuestra profesión religiosa y con nuestro voto de conversión de costumbres.
El que se encuentra en disposición de vivir en paz con pecados graves no es cristiano ni religioso más que de nombre. Ha perdido el espíritu de su vocación, no tiene derecho a vivir en el monasterio. Su presencia no aporta ningún bien.
Un religioso en estado de obstinación en el mal, si quiere partir no se le debe retener por la fuerza. Sobre el recae toda la responsabilidad de su partida.
En teoría habiendo agotado todos los recursos de la caridad, debe observar las leyes canónicas y expulsar al religioso obstinado. Digo en teoría, porque en la práctica se suele ser más condescendientes.
Es el mismo monje el que ni quiere vivir en el monasterio, no quiere perseverar, o si a pesar de su obstinación quiere permanecer en el monasterio, será más bien por no enfrentarse a la vida y buscar una solución económica. Pero por su manera de vivir está manifestando que ha renunciado a su vocación religiosa.
Es necesario usar todos los medios para ayudar a un religioso a permanecer en su vocación, pero si no tiene el espíritu de su estado ¿Qué fruto se puede esperar de su perseverancia tanto para él mismo como para los demás hermanos? El evangelio dice que después de forzar a cojos, ciegos a entrar en el banquete, es expulsado el que no tiene el traje de bodas. Con un religioso pobre y miserable se puede tener todas las condescendencias, pero con el obstinado en su infidelidad, hay que dejarlo partir, dice S. Benito y la causa es para que no contamine al rebaño.
Un religioso santo ejerce una influencia saludable en la comunidad. Pero es mucha mayor la influencia de un religioso descarriado, tanto más cuanto todos tenemos una inclinación al mal.
Al principio las irregularidades de un hermano, chocan y hasta pueden producir una indignación general, pero poco a poco nos habituamos a ellas y llegamos a encontrarlas excusables y al final uno tras otro pueden ir cayendo en ella.
Cuando la tibieza de un monje evoluciona hacia en mal espíritu, las consecuencias son más funestas aún. Un monje rebelde o descontento es un murmurador que siembra en la casa el veneno de la discordia y puede llegar a contaminar a toda la comunidad. Por el bien general es necesario sacrificar el miembro gangrenado.
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