La RB trata en dos capítulos bastante separados, 22 y 42, de la noche. En el primero describe el dormitorio de los monjes y el momento de levantarse. En el segundo se ocupa del silencio nocturno y de lo que precede al descanso. Aunque distantes están temáticamente vinculados. Parece que en la mente de Benito los tenía bastante unidos, pues muchos rasgos del segundo provienen de lo que la RM dice tratando del primero.
Este capitulo 22 se compone de dos partes, La primera se ocupa de las condiciones materiales en las cuales los monjes duermen, y en la segunda de la solicitud con la que los monjes deben exhortarse mutuamente en el momento de levantarse, para llegar al oficio de la noche.
La primera parte está íntimamente ligada a un contexto cultural, ya hace tiempo superado y revela la preocupación por problemas que siempre son actuales. El principal tema es el de la celda frente al dormitorio común. En tiempo de S. Benito el dormitorio común era práctica general en el monaquismo occidental y S. Benito no se hace ningún planteamiento sobre este tema.
El dormitorio común, según han demostrado recientes estudios históricos, el cenobitismo primitivo, y en particular en el pacomiano, caracterizado por una vida común extremadamente intensa los monjes vivían en celdas y no tenían dormitorio común. La celda era el lugar no solo para dormir, sino también para orar y estudiar o leer. Por tanto no se trata de una institución primitiva del cenobitismo. Solamente a comienzos del siglo VI. aparece el dormitorio común en Galia, Italia y Bizancio, supliendo a la antigua celda.
Este cambio constituye una de las cosas más importantes del cenobitismo de la antigüedad, fue concebido por sus promotores como un paliativo a los inconvenientes de las celdas en lo que se refieren a la desapropiación, los modales y buenas costumbres.
A estas procuraciones morales y disciplinales se sacrificaron los altos valores de soledad, recogimiento, atención a Dios, que en el espíritu de los primeros cenobitas se vinculaba a la habitación en celdas.
El cenobitismo se apartó así de sus orígenes anacoréticos a los que se debía la celda individual, y así poder desarrollar al máximo las dimensiones de vigilancia bien de los superiores, bien de los hermanos, que ofrece la vida común.
A. Veilleux piensa que en esta época de la invasión de los bárbaros y de profundo cambio cultural, se da una disminución del verdadero sentido de la comunidad. En esta circunstancia se pierde el verdadero sentido profundo de la comunidad y se reemplaza por un espíritu gregario, llegando a pensar que cuanto más cosas se hacen juntas y más tiempo se permanezca unidos, más comunitaria es la vida.
Una comunidad lo que la hace ser auténtica comunidad es el espíritu que une a los hermanos en la mutua responsabilidad de unos con los otros en el crecimiento espiritual y en el satisfacer sus necesidades físicas y psicológicas. Así era en las comunidades pacomianas, que han quedado como prototipos de comunidad cenobítica. Pero estos monjes pasan mucho tiempo juntos en la oración común, en la comida y en el trabajo.
En nuestra orden hemos conocido el dormitorio común hasta el Vat. II. Muchos monasterios aún lo mantienen. Pero gradualmente se han ido trasformando los dormitorios comunes en pequeñas habitaciones que reciben el mismo nombre de celdas.
Este cambio responde a las exigencias culturales contemporáneas, y es un reto a la más auténtica tradición cenobítica.
Evidentemente que la celda individual exige una ascesis personal más grande. Está uno más tentado a dejarse llevar del sueño cuando siente fatigado. Tambien tiene el peligro de acumular cosas privadas convirtiendo la celda en biblioteca o despensa. Si este peligro se daba en el dormitorio común y por eso es por la RB dispone que el abad revise los lechos, cuanto más en una celda individual y cerrada. Todo monje es consciente de estas tendencias naturales.
Cuando se introdujeron las celdas individuales en la Orden, algunos insistían en la necesidad de mantener el escritorio como lugar de la lectura en común. No tiene duda que la lectio en común es un estímulo para todos, pero de aquí no se puede concluir que es más cenobítica la comunidad que hace la lectio y la oración privada en un mismo lugar que aquella que lo hace en las celdas privadas. Con esto no quiero ni siquiera insinuar la posibilidad de que revisemos nuestra lectio divina en común, como venimos haciéndola.
En el año 1987, al redactar las Constituciones, algunos querían que se pusiera al tratar de la lectio, que el lugar tradicional para hacerla fuese el escritorio. Pero el P. General D. Ambrosio señaló que el lugar tradicional no es el escritorio, sino el claustro. Este estatuto fue aprobado para las monjas pero no para los monjes.
En realidad la sensibilidad espiritual varía mucho de unos países a otros y de una rama de filiaciones a otra. Por tanto no conviene absolutizar nada en este terreno. Lo importante es llevar una auténtica vida de oración contemplativa, alimentada por la lectio divina. Las modalidades pueden varias de una comunidad a otra, e incluso de un monje a otro.
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