Entre los oficios de la noche (laúdes se considera por la RB como un complemento del oficio nocturno) y los del día, la RB intercala un breve capitulo sobre el aleluya, exclamación jubilosa muy estimada por los cristianos de los primeros siglos, que junto con el Amen se encuentra en la liturgia de la eternidad descrita por el Apocalipsis.
S. Benito señala cuidadosamente su uso en el oficio divino, ampliando notablemente el uso que hacia la Iglesia Romana.
Su uso variaba en las diferentes iglesias. Algunos consideraban que solo se debía cantar en la fiesta de Pascua. Otros lo cantaban también fuera del tiempo pascual. En la RM el aleluya significa una especial pertenencia de los siervos de Dios a su Señor. El monasterio como casa de Dios representa el cielo y vivir en el monasterio equivale a vivir continuamente con el Señor en un eterno tiempo pascual, en una bienaventuranza anticipada de la vida eterna. Todo esto exige el canto frecuente del aleluya.
La RB no teoriza, va derechamente a la práctica indicando cuando y de que modo se ha de cantar.
A través de esta normativa, se pone de manifiesto un espíritu que tiende a centrar toda la oración en la Pascua del Señor, que sugiere un ritmo, unas variantes de intensidad, que ayuden a una oración atenta, sustanciosa y cristiana.
La tradición benedictina tiene unas raíces humanas y cristianas que valoran justamente al hombre, espíritu y cuerpo, con una dimensión comunitaria esencial.
La vida monástica, centrada en Jesucristo, está siempre marcada por la el misterio de la Encarnación, `por la vida sacramental y por la visión del mundo que de ahí se deriva.
El monasterio al ponerse al alcance de los hombres ha de ser muy acogedor, pero no ha de perder nunca la propia identidad. Ha de irradiar siempre intensamente el sentido de Dios entre los hombres. Debe ser como un canto de aleluya, signo de la paz y de la reconciliación que Cristo nos ha ganado con el misterio pascual. Un canto de aleluya como ensayo de adoración y alabanza.
Evidentemente, el aleluya tiene para la RB todo el sentido de gozo espiritual júbilo incontenible y alabanza entusiasta tributada a Dios por el mayor de los triunfos: el triunfo pascual de Cristo sobre la muerte y el pecado.
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