329.- En las festividades de los santos y en todas las solemnidades, se ha de hacer el Oficio como dispusimos para el domingo.

publicado en: Capítulo XIV | 0

El sentido de este capítulo no reside tanto en su contenido, cuanto en su existencia. El hecho de que aparezca aquí, en un documento escrito cuando la identificación de los santos era en la mayor parte de los lugares una cuestión de proclamación pública y su número  mucho menor.
Esto manifiesta el pensamiento de S. Benito a cerca de la comunión con Iglesia y el significado que tiene para él la oración a sus santos. La teología de la oración en S. Benito está sintonizada con la Comunión de los Santos, con nuestra conexión con quienes nos ha precedido  en la fe, y permanecen como signos de que la vida cristiana es posible.
Todos necesitamos en nuestra vida alguien que aporte coraje, todos necesitamos saber cómo es la vida cristiana en su mejor aspecto, en su máxima dificultad, en su máximo gozo.
La lección es que debemos tener bien presente las disposiciones humanas de la fe, y encontrar en los modelos del pasado testimonio de que el caos cotidiano puede ser ordenado, lo ordinario también puede verse trasfigurado para nosotros. Por ello S. Benito quiere que la fiesta de los santos, su nacimiento en el Cielo sean  celebrados como los domingos y las fiestas de nuestro Señor.
El culto a los santo tiene en definitiva como destinatario a Dios. No honramos a los santos por ellos mismos, Es a Dios quien admiramos y adoramos en ellos. Dios es admirable en sus santos, venid adorémosle.  Al Rey de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores, Venid adorémosle. Los santos son la obra maestra de su gracia, a El pertenece toda la gloria de sus sacrificios y virtudes, es su gracia la que ha triunfado en los mártires, en los confesores. “Coronando sus méritos, no hace más que coronar los dones que les ha  dispensado” dice S. Agustín.
Porque han sido fieles a su gracia, Dios tiene sus complacencias en ellos. Ve en ellos la imagen de su Hijo y le gusta contemplarla. Esta complacencia de Dios en sus santos, en las virtudes de sus santos es lo que debe constituir el primer objeto de nuestra alabanza y debe ser la base de nuestro culto a los santos.
Los santos mismos son los que han comprendido mejor que nosotros que todo lo han recibido de Dios y sienten una necesidad de darle gracias.
Dar gracias a Dios es la más hermosa ocupación que podemos tener durante la celebración de los Oficios de los santos. Dar gracias a Dios en nombre de los santos y en nuestro nombre propio. Cuantas gracias hemos recibido por intercesión de los santos. Las maravillas que han obrado, las obras que han realizado, los ejemplos que nos han dejado, los favores que nos han obtenido ¿no son otros tantos beneficios de Díos que reclaman nuestro reconocimiento?  ¿Podemos dar bastantes gracias a la misericordia divina  que nos ha dado a los santos para que sean nuestros protectores, modelos y estímulos en el camino de la santidad?
El peso de nuestra debilidad nos lleva al desaliento, pero levantando los ojos a los santos, sentimos renacer nuestra confianza, ya que eran hombres como nosotros. La gracia lo ha hecho todo en ellos y con ellos. Y si pedimos esa gracia nos santificará como a ellos.
Los santos  que Dios ha dado a la Iglesia son uno de los grandes beneficios que Dios nos ha dado y merece todo nuestro reconocimiento. Desde el cielo  son poderosos intercesores. Por ello la Iglesia ora poniendo por intercesores a los santos.
Alabar, dar gracias, orar, es glorificar verdaderamente a Dios. Cuanto más se remonte a  Dios nuestro culto a los santos, será más puro y sólido. Es señal de una piedad superficial el quedarse en el santo simplemente.

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