219. – Amar a los jóvenes. (4,69)

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¿Quines son  jóvenes? Juan Pablo II se definía en Madrid como un joven de 83 años. Es más fácil discernir quien es joven de quien es el anciano del que habla S. Benito.
Si S. Benito señala muestras exteriores de los jóvenes a los ancianos, quiere al mismo tiempo  que los ancianos no les consideren como inferiores en calidad o virtudes. Quiere que se les tenga un amoroso respeto.
El anciano no es una estatua  ante la que tenga que inclinarse el más joven. Es el hermano mayor  del cual el joven tiene derecho a esperar muestras de afecto.
El respeto  que el joven muestra al anciano exige por parte de este  la benevolencia  y la misma naturaleza del joven está pidiendo afecto. No podría vivir entre monjes que fuesen para él estatuas de mármol. Tanto más de adhiere a su vocación  y a su comunidad cuanto más amado se sienta. Además los jóvenes son la esperanza de la casa. Si amamos a la Orden y al monasterio debemos rodearles de afecto y cuidados especiales, como plantas  que están destinadas a perpetuar el  espíritu de nuestra comunidad.
Este afecto se ha de traducir en benevolencia, buen ejemplo y  estímulo. Son los tres  grandes deberes  para manifestar el amor a  los jóvenes.
Benevolencia, es decir afabilidad cordial, que se muestra  reconocida por los servicios prestados, dispuesta a prestar a su vez los servicios que sean necesarios. Comprensivos en sus penas y dificultades.
Buen ejemplo es el mejor medio de formar y ayudar a los jóvenes a penetrar en el espíritu monástico. Mostrarnos sinceramente llenos de celo por la oración, por la  obediencia, la fidelidad áún en las cosas pequeñas. El buen ejemplo ayudará poderosamente a los jóvenes a perseverar más que las exhortaciones. Como el mal ejemplo sería una piedra de tropiezo.
La exhortación para  ayudarle a superar aquellas cosas que son un estorbo en su perseverancia. Ayudarles por tanto a corregir sus defectos, no con ásperas expresiones, sino por consejos paternales.
Es verdadera caridad y no un afecto meramente natural el que hay que tener con los jóvenes. La caridad tiene por primer objeto a Dios, por lo que se excluye las falsas muestras de afecto por las que se busca uno a sí mismo, en lugar de a Dios.
La caridad excluye también toda relacción que no está conforme con el espíritu del evangelio, manifestado por la Regla o Constituciones. Es imposible procurar el bien, si nos salimos de esa voluntad  de Dios manifiesta.
Amenos como Jesús quiere,”tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” y nuestro afecto será bendecido por  Dios. Cuanto más puro, será más benéfico y cordial. No defender sus defectos para hacerse  más populares. No se puede faltar a las propias obligaciones con pretexto de serles útiles y agradables, porque por ahí no correrá la gracia, que es la que en realidad obra la trasformación y da la ayuda que necesita.

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