217.- Huir de la vanagloria. (4,67)

publicado en: Capítulo IVb | 0

La traducción de la Regla de Iñaki, dice: evitar  toda altivez. Más literal es la dada arriba, porque  el traducción más normal de “fugere” es huir, que es algo más fuerte que evitar. Pero en realidad es el mismo concepto.
La vanagloria es la manifestación externa  del orgullo interior.  Este mal tiene su asiento en nuestro interior, en nuestro corazón  y su primera manifestación es a través de los pensamientos.
El orgulloso tiene buena opinión de sí mismo, y en su interior se cree superior a los demás. Esta persuasión de su superioridad se convierte en el motor de sus sentimientos, de sus juicios y de sus deseos.
Su pensamiento dominante es  un vano contento habitual de su persona,  que aumenta cuando ve que sus méritos son reconocidos  y que degenera en tristeza, cuando sus cualidades son desconocidas.
Sus juicios sobre la marcha y organización del  monasterio, como en la administración económica, son negativos y todo sale mal porque no se le consulta a él. Finalmente sus deseos  hinchados  como su orgullo, no tienen otro límite que la estimación sin límites que tiene de sí.
No advierte que él es el único en participar de esa alta opinión sobre su persona. Pero si se le manifestasen los pensamientos de Dios, quedaría espantado del horror que su orgullo inspira al Señor. Así lo dice la Escritura: Dios resiste al orgulloso. Y en otro lugar: Se ríe de los planes de perfección que hacen los pretenciosos.
Esta vanagloria que está en los pensamientos, se traduce en el lenguaje. De la abundancia del corazón habla la lengua. Su orgullo se manifiesta en jactancia, pretensión, exageración. Así como no piensa más que en sí mismo, no sabe hablar  más que de sí mismo. No tiene paciencia para escuchar  la conversación cuando el centro no es él, e intenta interrumpir para narrar sus proezas. Si se trata de  un problema, él es el que tiene la solución y  nadie tiene derecho para rechazar o poner en duda su solución. Si se habla del bien del hermano, se esfuerza por resaltar sus defectos para aparecer él como el único digno de elogio.
Hemos de estar en guardia para ver si nuestras conversaciones constituyen una carga insoportable para los hermanos.
La vanagloria se traduce también en la conducta. Persuadido que es un personaje, quiere guardar en todo su rango. Y  en todo lo que hace parece jugar al personaje.  No puede tener preferencias para nadie.  Lo que rehúsa a otros, lo exige como algo debido para sí y hasta lo ve como algo debido a su mérito.
No suele tener consideraciones con nadie, pero exige las tengan con él. No hay que olvidar que la única dignidad religiosa es la humildad. Y sin humildad, el religioso más sabio e inteligente, no es nada. De todos los servicios que podemos prestar al monasterio, el único valedero, es dar ejemplo de humildad.

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