Primer instrumento: ante todo amar al Señor Dios.(4.1)
Podemos preguntarnos ¿qué es amar a Dios? El amor se comprende mejor que se define. Haciendo una comparación, amar a Dios es como lo que un niño hace con su madre, se adhiere a su madre. La prodiga caricias y abrazos como su único recurso, se interesa por el bien de su madre, se interesa por su felicidad, llora cuando la ve sufrir. Con razón su amor se desarrolla y se fortifica, y se traduce por una obediencia fiel a sus deseos.
Sto. Tomás define el amor como un salir de sí mismo para vivir en otro. “Ens extra se in alio vivens.” Amar es olvidarse de sus propios intereses, para no pensar sino en aquel a quien se ama, y procurar su bien.
Este olvido de sí mismo y tendencia hacia el objeto amado, proviene de que en ese objeto hemos descubierto un bien que ha excitado en nosotros la simpatía y procurado la complacencia.
Amar a Dios es por tanto adherirnos a El como a nuestro soberano bien, es poner en él nuestra complacencia, desear su bien, defender sus intereses y renunciar a nuestra propias ventajas para hacer todo lo que él quiera.
La gloria de Dios hace nuestra propia gloria, su reino nuestro reino, su voluntad nuestra voluntad.
En realidad no podemos separar nuestros intereses de los de Dios porque son todos ellos inseparables de nuestra verdadera felicidad. Pero si le amamos estaremos dispuestos a renunciar a todo lo transitorio si no es para su gloria y no es conformes a su voluntad. Cuanto más le amemos, más haremos nuestros sus intereses.
Hay diferentes actos de amor de Dios. El amor es una inclinación y determinación del alma a unirse a Dios, a complacerle, a desear su bien y querer lo que él quiere.
De aquí las diferentes formas de amor: amor de concupiscencia, de complacencia, de benevolencia y de conformidad.
El amor de concupiscencia, que no es otra cosa que la esperanza cristiana, nos adherimos a Dios como a la fuente de nuestras verdaderas satisfacciones, le amamos por los bienes que gustamos en El. Este grado es el menos prefecto es si. Es el que suelen tener los principiantes en la vía espiritual. Pero aún purificándose, siempre se encontrará en almas, aún en las más santas, porque Dios siempre será nuestro soberano bien.
En la medida que conoce la bondad de Dios, el amor de concupiscencia da lugar al amor de COMPLACENCIA, por el que consideramos en Dios su propio bien, más que el nuestro, nos alegramos de la felicidad de Dios, nos complacemos en sus perfecciones infinitas, con los ángeles, los santos.
El amor de BENEVOLENCIA, parece querer llegar más alto aún. Desearía hacer más grande a Dios, si fuera posible. Deseamos que su gloria externa crezca, que su amor se infunda en todos los corazones.
El amor de CONFORMIDAD es aquel que nos coloca plenamente bajo el dominio de Dios. A esta voluntad buena, sabia y omnipotente, no sabemos más que responder con una cosa: Dios mío, yo quiero todo lo que vos queréis, como vos lo queréis y porque vos lo queréis. No hay nada más perfecto.
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