Ante todo amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y además al prójimo como a sí mismo. (4,1-2)
En ninguna parte aparece tan patente el intento de centrar los instrumentos en el terreno común del cristianismo, como en estas primeras máximas.
Aquí encontramos una de las originalidades más notables de la Regla y uno de los polos de su enseñanza.
No es que el Maestro y Benito sean los primeros entre los monjes, que ponen en primer plano los dos grandes mandamientos. El Ordo Agustinianii, y el la Regla de Basilio, comienzan ambos con el amor a Dios y al prójimo, porque estos son los dos mandamientos que nos han sido dados como prioridad, observa simplemente el Ordo.
Basilio explica largamente que hay un orden expreso en las voluntades del Señor y que no se puede anteponer nada a estos dos preceptos generales, inscritos por Dios tanto en nuestros corazones, como en la Ley.
El doble mandamiento, puesto a la cabeza de estas dos legislaciones, desempeñan en ellas, un papel incluso más importante que en nuestras reglas en las que solamente abren un capitulo particular.
No es una exageración destacar la importancia del tema especialmente en Basilio, en el que la separación del mundo y el cenobitismo aparecen alternativamente como exigencias del amor de Dios y del prójimo. Así la fraternidad basiliana toma su forma de estos dos mandamientos.
Por el contrario, la teología espiritual de Casiano, no utiliza para nada estos dos preceptos fundamentales. En su obra jamás se cita alguno de los tres pasajes de los evangelios en los que Cristo los promulga juntos.
Lo mismo sucede con los dos versículos del sermón de la cena, en los que Jesús promulga su mandamiento nuevo, y hace de su observancia que todos conozcan que somos sus discípulos. Los cita de paso y en un contexto que limitan notablemente su alcance. Es para manifestar la necesidad de la humildad. El signo de los verdaderos discípulos de Cristo no figura más que donde el texto tratado lo pide, en la conferencia sobre la amistad, (Colación 16). Las grandes síntesis espirituales, las conferencias 1,3 y 11, por citar las principales, se despliegan sin recurrir a este mandamiento del amor mutuo y del amor a Dios.
Podemos decir, por extraño que parezca, que la doctrina de Casiano ignora los dos grandes mandamientos, sobre todo el de la fórmula conjunta como el Señor los formula en los sinópticos. Y este desconocimiento no es pura casualidad. Casiano siguiendo a Evaglio, hace de la caridad el término al que llegan todos los esfuerzos para alcanzar la perfección, no podía prácticamente presentar al amor como principio del camino espiritual. Esta espiritualidad evagliana, surgida por los textos célebres de S. Pablo y S. Juan, la caridad aparece como la virtud perfecta que elimina todo defecto y expulsa el temor servil, colocándola así en la cima de la ascensión espiritual. El amor se revela como un bien ciertamente prestigioso y soberanamente deseable, pero también lejano y de difícil acceso. Queda reservado a los hombres perfectos que han salido victoriosos de la lucha contra todas las pasiones y aquellos que superando el estado de esclavos y mercenarios, han llegado a la condición filial. Por eso no hay que proponérselos indistintamente a todos al principio de su ascensión.
Tanto el Maestro como Benito no ignoran este plan de Casiano. Incluso el Capitulo 7 está calcado en este plan, pero aun colocando la caridad en la cúspide de la escala, no encuentran dificultad en poner el amor a Dios y al prójimo al principio de la enumeración de las buenas obras.
En realidad estas dos formas de magnificar el amor no se oponen, si evitamos privilegiar una de ellas sacando consecuencias demasiado rigurosas. Es lo que hicieron el Maestro y Benito, menos preocupados por la coherencia de Casiano y de sus predecesores, yuxtaponen tranquilamente la presentación de la caridad según los evangelios, como la visión sublime de esta virtud, elaborada por los alejandrinos a partir de las Cartas.
S. Benito introduce sin ninguna dificultad el “pro Dei amore” en el tercer grado de humildad.
Este principio de capitulo cuarto, llena una laguna de la espiritualidad de Casiano. Nuestra regla a diferencia de este último, recuerdan oportunamente la importancia primordial de la ley divina. Lo que quiere hacer entender es que no se puede poner un fundamento distinto del que ha puesto el mismo Dios. Este comienzo de capitulo, es una profesión de fe y una sumisión al evangelio.
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