Este vicio según refieren algunas apotemas de los Padres, se daba en algunas ocasiones entre los monjes. Se refiere de un monje que tenía tan arraigado este vicio de robar alimentos, que termina confesando que era algo tan arraigado que no teniendo ninguna necesidad que lo apremiase, terminaba dando al burro lo que robaba.
Es un vicio vergonzoso que la ley natural condena fuertemente y deshonra para siempre a su victima a los ojos de los demás.
Según dice S. Pablo, los ladrones no poseerán el Reino de Díos y es perseguido por las leyes humanas aún en los pueblos menos civilizados.
¿Se podrá encontrar este vicio en un monasterio, en algún monje que ha hecho el sacrificio de todos sus bienes por el voto de pobreza? A primera vista nos inclinaríamos a negarlo, si no tuviésemos en cuenta la miseria humana.
El monje que se deja llevar de él, viola a la vez el voto de pobreza y la virtud de la justicia. Los estragos en su vida espiritual serán grandes, pues la pobreza es uno de los fundamentos básicos de la vida consagrada y una de las fuentes más fecundas de santidad y de paz.
Cierto que estas violaciones, de ordinario suelen darse en cosas pequeñas. Muchas veces falta la plena advertencia y en algunas otras hay circunstancias atenuantes. Pero también es cierto que entrando en este camino por cosas pequeñas, está expuesto a caer en cosas más graves.
También la experiencia dice que cuando un monje ha sido seducido en esta materia en cosa de alguna importancia, es una prueba de que ya se han apoderado de su corazón otros vicios.
El monje puede caer en pequeños hurtos con cierta facilidad, ya que en virtud de su voto de pobreza, nada puede tener ni retener como propio. No puede disponer de nada.
Por consiguiente no puede hacer un acto de propiedad sin cometer un verdadero robo, quedando obligado a la reparación, si ha lesionado los derechos del prójimo o de la comunidad.
Vale la pena estar vigilantes en este punto, así no tener para uso particular cosas que son de uso común. Si por falta del cuidado debido, dejamos que se deterioren o malgasten las cosas que nos están confiadas: libros, vestidos, útiles de trabajo. Todo aquello que tenemos bajo nuestra responsabilidad
La experiencia nos dice que se puede llegar a excesos en este punto, ya que la concupiscencia de los ojos, mal combatida, puede conducirnos a un profundo abismo, y lo que más grave, quedarse tan tranquilo. Se comienza con pocas cosas, como Judas y se llega a olvidar las barreras de la pobreza. El mundo multiplica sus atractivos y solo se necesita dinero para poder gozarlos. Se presenta una ocasión, y el demonio que da vueltas como dice S. Pedro, buscando nuestra perdición, no tardará en presentar la ocasión. Es la triste historia de tantos religiosos que en todas las épocas de la Iglesia, han abandonado la vida religiosa después de haber dilapidado los bienes de la comunidad.
La mayor parte de los apóstatas están marcados por este vicio y su pérdida comenzó el día que comenzaron violar el voto de pobreza y la virtud de la justicia.
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