– Y además al prójimo como a sí mismo. (4,2)
S. Benito presenta como segundo instrumento el amor al prójimo. En realidad esto está comprendido en el amor a Dios. Si amamos verdaderamente a Dios, tenemos que amar lo que él ama. Y lo que ama ante todo, es a los hombres, sus hijos.
Si amamos a Dios, tenemos que guardar sus mandamientos, y su gran mandamiento es el amor al prójimo. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros”. Y con que insistencia vuelve a este concepto. Pide a sus discípulos esta caridad fraterna, cuando dice:”Que sean uno como Tu y yo, Padre, somos uno”. Por esto es por lo que S. Juan llama a este precepto, el precepto del Señor.
Es el mismo Jesús el que pone la caridad al prójimo en la misma altura que el amor a Dios. “Amareis al Señor vuestro Dios con todo el corazón. Este es el primer mandamiento, y sin que le preguntase, añadió. Y el segundo es semejante al primero: amarás al prójimo como a ti mismos.
En realidad estos dos mandamientos no son más que uno, el amor a Dios en sí y el amor a Dios en sus criaturas. En uno y en otro es Dios quien es amado.
El amor al prójimo es señal del amor a Dios. Es el mismo Señor quien lo dice: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros”.
Por la caridad fraterna demostramos externamente nuestro amor a Dios. Si no amáis a vuestro hermano, al que veis, dice el apóstol S. Juan, ¿Cómo podréis decir que amáis a Dios a quien no veis?
Tenemos que estar atentos a esta frase. Dice “al hermano que veis”. No a un hermano imaginario que es bueno, bondadoso, servicial, caritativo… sino al que tienes al lado, que quizás no te resulte tan edificante, que te pisa en el cayo que más te duelo, ese es el hermano al que ves.
Desde el momento en que el amor a Dios existe en nosotros, se expresa por el amor al prójimo y donde hay amor al prójimo, hay amor a Dios. Don de hay caridad, allí está Dios.
Si queremos conocer nuestro grado de amor a Dios, examinemos donde nos encontramos respecto al amor al prójimo. El amor a Dios tiene deberes y necesidades que no se pueden satisfacer si no es por medio del ejercicio de la caridad hacia el prójimo.
Todo lo que hagáis al más pequeño de los míos, a mi me lo hacéis.
Finalmente el amor nos lleva a un deseo de renuncia total de nosotros mismos. Pero ¿como poder realizarlo si nos faltan las ocasiones? La caridad hacia el prójimo es la que ofrece ocasiones, pues soportando los defectos de los demás, haciéndonos todo para todos es como llegaremos a la renuncia evangélica perfecta.
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