Ante todo amar a Dios…con todas las fuerzas. (4,1)
La tercera modalidad que el Señor exige en la respuesta de amor, es amar con todas las fuerzas, o con todo lo tuyo, según otra traducción.
Amar a Dios con actos efectivos. Cierto que no son estos los que dan valor al amor, sino el motivo por el que lo obramos. El amor reside en el corazón, pero no obstante los actos son necesarios al amor. Son su prueba.
Siendo el amor afectivo y efectivo, los actos han de ser internos y externos. Los actos internos de amor, no son vanas imaginaciones. Son la traducción fiel de nuestro amor a Dios. Pero no bastan. Tienen que llevar al acto externo correspondiente.
Deleitarse en la grandeza y belleza de Dios, desear su gloria y la extensión de su Reino, (venga a nosotros tu Reino) Pedir el cumplimiento de la divina voluntad, (hágase tu voluntad), son actos excelentes, que nos llevan a procurar realmente la gloria de Dios, y a poner los medios para extender su reino. De otro modo serían pura ilusión.
Pero tenemos un medio práctico de extender su Reino, procurar su gloria, de probarle la verdad de nuestro amor. Es cumplir en todo su santa voluntad.
Si queremos saber si tenemos un verdadero amor a Dios, veamos en qué medida hacemos su voluntad y de que modo, de mala gana, porque no hay más remedio, o con verdadera entrega. Quien guarda mis mandamientos, ese me ama. Y No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre.
El amor no es nada si todo se queda en pensamientos y sentimientos. No es nada si quiere algo distinto de lo que es Dios.
Amar a Dios con todas nuestras potencias. Ninguna de ellas debe escapar al dominio del amor. Todas deben prestar su concurso a los actos del amor efectivo.
Los sentidos, tanto internos como externos, tienen que estar orientados a agradar en todo a Dios. La imaginación y la sensibilidad, estarán al servicio de la divina voluntad. Los ojos no verán más que lo que Dios permite, los oídos se cerraran a todo lo que desagrada a Dios, lengua y manos estarán conformes a su divina voluntad.
Dichoso aquel cuyas potencias estén todas colocadas bajo la obediencia del amor. No piensa, no quiere, no dice y no hace más que lo que Dios quiere. Ama a Dios con todas sus potencias. Y esto lleva a una entrega total a Dios.
El que así se entrega a Dios, no se queda en los límites estrictos de la obediencia, haciendo solo lo que Dios quiere, sino que se entrega totalmente a Dios con todas sus facultades, a fin de que haga Dios de él todo lo que quiera.
Debemos aspirar a este don completo de nosotros mismos, si queremos amar a Dios con todas nuestras fuerzas. Quitemos todos los límites y dejemos obrar a Dios en nosotros. Sea que nos lleve a sufrimientos dolorosos, sea a la monotonía de la vida común. Sea en los consuelos o en la sequedad y oscuridad interior. Que lleguemos a decir siempre de corazón: Así sea Padre, porque a ti te agrada.
¿Hemos comprendido en su profundidad el mandamiento del amor? ¿Intentamos poner en práctica esto que nuestra inteligencia descubre como el camino del verdadero amor?
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