Estamos recordando los “como” del amor. Ayer veíamos que tenía que ser con todo el corazón. Hoy nos fijamos en el segundo “como”: con toda el alma.
De nuevo dejando de lado el examen exegético, nos quedamos con el sentido común de alma, o sea con la memoria, el entendimiento y la voluntad.
Nuestra memoria ha de estar inspirada por el amor. Así se irá desprendiendo poco a poco de todo recuerdo que pueda de alguna manera turbarla e impedir el crecimiento espiritual.
Así se irá dominando los pensamientos y recuerdos, tanto los peligrosos y malos como los inútiles e inoportunos, que de suyo son más peligrosos porque pueden pasar más desapercibidos, al no ver en ellos malicia.
En la memoria se irán grabando en lugar de estos pensamientos las imágenes más propicias para crecer en el amor. Innumerables son los beneficios recibidos por el Señor en Belén, en el Cenáculo, en el Calvario. Son imágenes que se pueden traer a la memoria para recordar los beneficios que en ellos hemos recibido. Todas esta imágenes hacen recordar las manifestaciones del amor de Dios para con nosotros. En la medida que la memoria se llene de amor divino, no podrá olvidar aquello que ama.
Mientras llegue el momento en el que el amor tome plena posesión de la memoria, nosotros podemos con pequeñas industrias tener presente al Señor para no pasar largas horas en el olvido de Dios.
La inteligencia es la que abre la puerta al amor, pero hasta que no toma cierta fuerza ese amor, la inteligencia permanece perezosa respecto a las cosas de la fe. Por eso tenemos que estimular y reflexionar sobre estas verdades de fe, para que conociéndolas mejor, crezca el amor.
En las criaturas encontramos motivos y medidos para amar a Dios. Considerando las infinitas perfecciones de Dios reflejadas en las criaturas llegamos a la conclusión de que Dios es el soberano bien, la bondad y sabiduría infinita.
Con la inteligencia estudiamos los misterios de la fe y descubrimos el amor que todos ellos encierran, los beneficios que nos reportan los sufrimientos del Divino Redentor, las cosas que agradan a Dios, los caminos para destruir los afectos desordenados y caminar a la unión con Dios.
Así, poco a poco el amor irá impregnando todo nuestro ser y se apoderará de la inteligencia y se servirá de ella para abismarse en la contemplación divina.
Y en fin, la voluntad es la que hace propiamente el acto de amor que nos lleva a la unión con Dios. Para que la voluntad pueda hacer este acto de amor tiene que quitar todos los obstáculos, romper todo lo que ate de modo desordenado a las criaturas y a los propios deseos.
La voluntad que quiere llegar al amor, por esto mismo ya tiene un principio de amor, pero si quiere crecer en este camino, debe estar dispuesta a no retroceder ante ningún sacrificio. El camino puede ser duro, pero la recompensa es grande y bien merece todos los esfuerzos.
En la medida que los lazos creados se rompen, la unión se hace más íntima. Al ruido del combate sucederá el silencio de la paz.
Cierto que todo esto ha de ser obra de la gracia, pero esta gracia no faltará si ponemos de nuestra parte una voluntad dócil a las divinas inspiraciones. Pero no se piense que se desaparecerán las dificultades y el esfuerzo.
¿No es esta vida de amor un cielo ya en la tierra?
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